Madrid ha sido cuna de grandes personajes. Algunos de ellos gozaron siempre del favor de los madrileños. Este fue el caso de la infanta Isabel de Borbón, apodada cariñosamente la Chata. Su sangre real la llevó a cumplir un papel de Estado importante cuando la monarquía pasaba por momentos difíciles y la confianza del pueblo en la Corona se tambaleaba. Ella colaboró eficazmente en la restauración monárquica y ejerció de embajadora real en toda clase de actividades institucionales, a la vez que participaba en romerías y celebraciones lúdicas populares.

Fue la primogénita de Isabel II y el destino quiso que sufriera por dos veces el exilio: el primero, cuando la revolución Gloriosa derrocó a su madre; y el segundo, cuando Alfonso XIII tuvo que abandonar el país.

Isabel tenía un gran carisma; era bisnieta, nieta, hija, hermana y tía de reyes. En su partida de nacimiento constan todos sus nombres (en total, cincuenta): María Isabel Francisca de Asís Cristina Francisca de Paula Dominga..., apellidándose Borbón ocho veces.

Fue en dos ocasiones princesa de Asturias en diferentes circunstancias, y estuvo a punto de ser reina cuando su madre fue apuñalada precisamente cuando se dirigía a agradecer a la Virgen de Atocha el buen alumbramiento.

Unos días después, la reina pidió que se construyera un hospital con el nombre de Princesa, como acción de gracias por haber salido ambas ilesas del atentado. Hoy pervive en la calle Diego de León. La calle Princesa también evoca su figura, y el Teatro Español se llamó en su origen Teatro de la Princesa en su honor.

Desde el primer día ostentó el título de princesa de Asturias, ya que su madre había decretado que lo llevara su primogénito independientemente de su sexo, algo que sucedía por primera vez en la casa real. De niña, era acompañada por un extraordinario cortejo, que podemos apreciar en algunos cuadros de la época. Pero en él, destaca Lolita Balanzat, hija de una camarista de la reina a la que esta otorgó una pensión para que acompañara a la princesa. De hecho, la acompañó hasta el final de sus días.

La reina encargó su educación a la marquesa de Calderón de la Barca, una mujer muy culta de origen escocés.

En 1857 nació el futuro Alfonso XII, al prevalecer el varón sobre la mujer en la línea sucesoria. Isabel se convirtió de nuevo en infanta, pero la relación con su hermano fue siempre excelente.

Cuando cumplió dieciséis años, se acordó su matrimonio con el príncipe Cayetano de Borbón dos Sicilias. Ellos accedieron y se casaron en 1868, a las tres semanas de conocerse. Fue la última gran celebración del reinado de Isabel II, ya que durante el viaje de novios estalló la revolución que provocaría el exilio de la familia real.

El recién casado príncipe decidió volver a España y luchar en primera línea. Ese fue el detonante de una epilepsia latente que hasta entonces no se había manifestado. Durante varios meses, el joven matrimonio recorrió Europa buscando ayuda médica. Estando en Suiza, la infanta sufrió un aborto y él cayó en una depresión que le llevó al suicidio. Isabel tenía veinte años.

Era una España políticamente convulsa, con un fallido reinado de Amadeo de Saboya, cuatro presidentes de la Primera República en un año y guerras cantonales en varias regiones. Cánovas del Castillo decidió apoyarse en la infanta Isabel, por su madurez y comportamiento, muy diferentes a los de la derrocada reina, para restaurar la monarquía en la persona de su hermano.

Alfonso XII fue proclamado rey a los diecisiete años, con la responsabilidad de restaurar y regenerar la institución monárquica. Cuando Cánovas anunció en el Congreso su propuesta de que fuera la infanta Isabel quien lo acompañara, todos los diputados lo celebraron.

La infanta volvía a ser princesa de Asturias, ya que Alfonso no tenía descendencia. Con veinticuatro años, la Chata comenzó una actividad desbordante representando a la monarquía en cualquier acto institucional, con un programa intensísimo preparado por Cánovas para conseguir la adhesión de toda España.

Isabel se encargó de promocionar la cultura, la ciencia, la economía y la beneficencia, pues entonces no existían los Servicios Sociales dependientes del Estado, y sostuvo a la Corona en momentos delicados. Ella promovió que la familia real saliera de su palacio y se ganara el afecto de los ciudadanos en la calle. Se conservan grabados y fotografías donde aparece vestida con trajes regionales. Los periódicos se referían a la Chata como “la casi reina” y nunca hizo prevalecer sus intereses personales sobre los del Estado.

Cuando Alfonso XII se enamoró de María de las Mercedes de Orleans, la infanta Isabel fue su cómplice y protectora, aunque su madre lo consideró una traición, ya que se casaba con la hija de su cuñado, quien había financiado la revolución. Lamentablemente, la joven reina murió a los dieciocho años víctima de la tuberculosis, cinco meses después de casarse.

Intentando recomponer al rey destrozado, la infanta y Cánovas le empujaron hacia otro matrimonio, pues la recuperación del rey y su futura descendencia cobraban un protagonismo especial para consolidar la monarquía recién restaurada.

La nueva reina fue María Cristina de Habsburgo, e Isabel se convirtió en su anfitriona y acompañante. Al nacer su primogénita, Mercedes, la Chata volvió a perder su rango de princesa de Asturias.

La muerte de Alfonso XII a los veintisiete años, cuando la reina estaba embarazada y con dos hijas pequeñas, planteó una situación muy delicada. Cánovas y Sagasta pactaron una alternancia de sus dos partidos en el gobierno para no desestabilizar la situación política.

En 1886 nació Alfonso XIII, rey desde su nacimiento, y durante los años siguientes hasta su proclamación se produjo en España una situación interesante: será regida por dos viudas que se complementan. María Cristina presidía los Consejos de Ministros e intervenía en las decisiones. Isabel atraía el cariño popular. Ambas, unidas en la misión común de preparar el reinado del rey niño.

La Chata dedicó el resto de su vida a su sobrino y ahijado Alfonso XIII. Durante años apareció en periódicos y revistas por sus numerosos viajes en representación de la Corona y por su papel institucional en eventos civiles, religiosos y militares. Todos los presidentes de Gobierno aprovecharon la capacidad y la popularidad de Isabel para hacerla llegar adonde no podía llegar el rey en persona.

Cuando Alfonso XIII se casó con Victoria Eugenia de Battenberg, la Chata consideró que era el momento de dejar de vivir en palacio y se compró un palacio en la calle Quintana, que todavía existe.

Este palacio se convirtió en una institución de la vida madrileña. La Chata concedía audiencia todos los días de 11 a 14 h a cualquiera que se presentara, independientemente de su condición social, por lo que siempre había colas de gente esperando a la puerta del palacio.

En 1930, con casi ochenta años, se proclamó la Segunda República. La Chata fue la única autorizada a quedarse en España y nadie intentó asaltar su palacio. Pero Isabel no fue informada del derrocamiento del rey por su estado de salud, que la mantenía en una silla de ruedas. Cuando se enteró, se empeñó en marcharse con el resto de la familia.

Cinco días después de la proclamación de la República, salió de Madrid transportada en ambulancia y luego en tren, hasta llegar a una residencia de monjas en Francia, donde ya vivía su hermana, la infanta Eulalia. Cuatro días después de llegar, murió.

En 1991, por orden del rey Juan Carlos I, fue repatriada y enterrada en la colegiata de San Ildefonso, junto a Felipe V e Isabel de Farnesio.

Isabel de Borbón y Borbón, infanta de España, la Chata, descansa en paz. Madrid puede presumir de ser la cuna de una gran mujer a la que algunos periódicos denominaron “la última manola de sangre azul”.

E. M.


IMÁGENES
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/8/84/La_Chata%2C_de_Kaulak_%28cropped%29.jpg
Kaulak, Public domain, via Wikimedia Commons
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/a/a6/Infanta_Isabel_de_Bourbon_e_Bourbon.3.jpg/478px-Infanta_Isabel_de_Bourbon_e_Bourbon.3.jpg
Vicente Palmaroli, Public domain, via Wikimedia Commons

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