Corría el año 1777; el rey Carlos III gobernaba en España y, lo que es más importante, residía en Madrid. Había decidido modernizar la capital de su reino, su ciudad, de la que acabó siendo «el mejor alcalde». La fuente de Neptuno nació con uno de sus grandes proyectos.

Era entonces un tiempo muy distinto al nuestro. Los vehículos de motor no existían más que en la imaginación de los más aventurados, y los caballos eran los encargados del transporte, tanto de mercancías como de personas de cualquier condición social. Carruajes y carros transitaban por las calles, y en las viviendas no existía el agua corriente, lo que nos puede dar una idea del grado de limpieza de la vía pública.

Carlos III, el rey ilustrado, transformó la apariencia de aquel Madrid de peatones y carromatos, y provocó un avance hacia la modernidad adoquinando las calles y promoviendo la instalación del alumbrado público.

Uno de los planes que impulsó pretendía remodelar toda la zona del Prado, llamada así porque en este lugar existía un conjunto de solares y de prados alrededor del monasterio de San Jerónimo el Real (el prado de los jerónimos), además de los prados de los recoletos agustinos y el de Atocha.

Para este importante proyecto, se diseñó un conjunto de obras de estilo neoclásico. Se pensó en una avenida central para viandantes y dos vías laterales para el paso de los coches de caballos. El paseo central estaría presidido por dos fuentes principales.

De este modo, vieron la luz algunos conjuntos monumentales tan importantes como la emblemática fuente de Cibeles, la fuente de Apolo (más modesta pero llena de valor y encanto) y la fuente de Neptuno. No solo se trataba de monumentos que embellecieran la ciudad, sino también de promover espacios que potenciaran la cultura y el arte entre los ciudadanos, siguiendo los ideales impulsados por la Ilustración de mejoramiento ético y estético de las ciudades y sus habitantes. Por eso se concibió, además, un museo de ciencias naturales, que actualmente es el Museo del Prado, y se reubicó el Real Jardín Botánico en esta zona. Todo el conjunto, al que se sumaban edificios de gran presencia, se conoció entre los madrileños como «Salón del Prado», y se convirtió en un centro neurálgico de la ciudad.

La estructura del paseo imitaba la forma de los circos romanos, por lo que la colocación de las tres fuentes no fue elegida al azar, ni tampoco sus protagonistas. Cibeles, poderosa en la tierra, se situaba en un extremo mirando de frente a Neptuno, poderoso en los mares, que a su vez la miraba. En medio de ellos, la fuente de Apolo, simbolizando el ritmo de las estaciones y la importancia de las artes y las ciencias.

La fuente de Neptuno, que posteriormente se trasladó al centro de la plaza en 1898, hoy plaza de Cánovas del Castillo, fue diseñada por Ventura Rodríguez, el arquitecto que ocupaba el cargo de Maestro Mayor de la Villa y de sus Fuentes y Viajes de Agua, un título rimbombante pero necesario en una época en la que era necesario controlar cuál era el recorrido de todos los cursos de agua para planificar su mejor utilización en la vida urbana.

El diseño de la fuente se conserva en el Museo Municipal de Madrid y la realización material fue encargada al escultor Juan Pascual de Mena, que comenzó la obra pero falleció antes de terminarla. Por esta razón, los trabajos fueron continuados por José Arias, José Rodríguez, Pablo de la Cerda y José Guerra.

A diferencia de otras deidades que también presiden fuentes, Neptuno se encuentra en su elemento, porque el agua es su sitio natural. Rey de los mares, protegía y gobernaba las aguas y amainaba tormentas si llegaba el caso, o las desencadenaba si procedía.

Difícil es saber por qué el dios que gobierna las aguas decidió instalarse en una capital de secano, tal como expresó el irónico escritor matritense Ramón Gómez de la Serna («¡Mucho dios para tan poco río!»); pero lo cierto es que Neptuno parece encontrarse a gusto entre los madrileños, ya que todavía hoy nos permite disfrutar de su presencia en medio del mundanal ruido.

La estatua de cuerpo entero, esculpida en mármol blanco, se eleva sobre un pilón circular en el que conviven numerosos seres. El propio dios, de tamaño natural, lleva enroscada una serpiente en su mano derecha, y conduce, tridente en mano, su carroza marina en forma de concha, de la que tiran dos caballos de mar con cola de pez. Delfines y tritones arrojan chorros de agua alrededor del carro.

Neptuno ha sido tratado como un madrileño más desde su instalación. Ya en tiempos del hambre, durante la guerra civil, fue obligado a compartir los pesares de los habitantes de la villa cuando le colgaron del cuello un cartelito que reflejaba con humor castizo la difícil situación: «Pido con harto dolor que, o me deis de comer o quitadme el tenedor». Esta y otras libertades que se toman los residentes en la capital son soportadas con estoicismo por el poderoso dios, que contempla indulgente la pequeñez de sus laboriosos vecinos.

E.M.


IMÁGENES
Rubén Vique [CC BY 2.0 (https://creativecommons.org/licenses/by/2.0)]
 https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/09/Fuente_de_Neptuno_%28Madrid%29_06.jpg

orocain / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0)

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