Siguiendo en esta ocasión el hilo del pensamiento de Emilio Lledó (1) podemos volver a preguntarnos qué significa el conocimiento de uno mismo, y por qué adquirió tanta importancia en la antigua Grecia el lema que se podía leer en el frontón del templo de Delfos.

¿Qué es conocernos a nosotros mismos? ¿Qué significa vernos?, se pregunta Lledó. El cuestionarnos dónde reside nuestra mismidad produce una transformación del lugar desde donde enfocamos las cosas. Ya no hablamos desde el refugio exterior de nuestra vida en sociedad, sino desde un espacio interior, que se convierte en una especie de espejo que nos habla de un encuentro con nuestro ser, que es la imagen de un deber inherente a nuestro verdadero yo.

Las primeras señales de esta introspección y búsqueda de la propia identidad se notan en la filosofía de Platón y Aristóteles en la utilización de los pronombres griegos (como autos, dice Lledó). El sujeto se convierte así en el objeto de su propia mirada, en un desdoblamiento posibilitado por nuestra capacidad mental.

El tiempo y la conciencia juegan un papel en este análisis propio. La memoria es «ese tenso hilo que une todos los instantes de cada vida personal y que nos estructura como seres consecuentes». Es decir, sentimos que somos algo o alguien, que tenemos una identidad, porque nos trasladamos del presente al pasado y viceversa siendo conscientes de que la nuestra es una línea vital continua, y que lo que sucede después tiene relación con lo que aconteció antes en lo que a nosotros se refiere. Esto nos permite adquirir una cierta responsabilidad en lo que acontece a lo largo de esa línea. El pasado que hemos vivido y recordamos determina en alguna medida lo que aún tenemos que vivir y estrecha el abanico de posibilidades de ese futuro que se plantea en el horizonte. La memoria aparece entonces como una fuerza que cohesiona los elementos y que permite el ensamblaje y la identidad de cada ser.

Para ver en el mundo físico, necesitamos luz. Ver, en cierto sentido, significa conocer. Nuestra mirada se posa en los objetos y descubrimos facetas y cualidades de ellos simplemente con verlos, aunque luego podamos ahondar en ese conocimiento. De igual forma podemos aplicar esta analogía a la observación interior, donde nosotros mismos nos hemos constituido como objeto de nuestra mirada, a través de la cual también obtenemos cierto tipo de conocimiento. La luz que utilizamos en este caso para alumbrar el objeto mirado, es decir, nuestra identidad, es la luz de la inteligencia, que nos aporta claridad en mayor o menor grado, y por tanto, una posibilidad de interpretación de lo que vemos, de lo que miramos, de nosotros mismos.

Además, el hecho de reflexionar ilumina (siguiendo la metáfora) de una forma específica, ya que exige el diálogo con uno mismo, es decir, que esa luz se refleje en el espacio de nuestras palabras. Se establece una dualidad en la que hablamos con nosotros mismos, ya que somos ese alguien al que reconocemos porque durante el curso de la existencia se ha coagulado en una sustancia personal visible con la que nos identificamos.

La conciencia nos permite vernos, pensarnos. La inteligencia humana no permanece solitaria y sin misión alguna: «El hombre —dice Lledó— vive en una continua alucinación, en un ocultamiento, quizá inocente, de su propia verdad». Es como si la naturaleza nos hubiera desterrado en nuestro propio ser escondiendo la llave del cuarto de la conciencia.

Ese olvido, sin embargo, puede hacerse fecundo con los dardos de la vida, que nos permiten constatar que la conciencia está en un estado disecado, lo cual no nos deja pensar y vivir plenamente. Hay que iniciar una segunda navegación y objetivar nuestro ser bajo una mirada crítica, analizando también el lenguaje con el que hacemos presente esa ilusoria condición de ser uno mismo. Como dice Lledó: «Somos lo que hemos ido siendo y, en este ser discurrido en el tiempo, alcanzamos a ser lo que somos».

El conocimiento de uno mismo nos permite asumir nuestra realidad a través de los continuos instantes que se suceden en el fluir de la existencia y estructurar una coherencia: nos miramos y nos reconocemos mientras vamos siendo.

«La identidad no es, en este caso, la continuidad de nuestro cuerpo, la coherencia de nuestra estructura carnal, el ensamblaje de nuestros órganos. La identidad es un fenómeno de consciencia, de saber, de sentir, de entender, de interpretar» (Emilio Lledó).

E.M.

Imágenes

https://es.wikipedia.org/wiki/Plat%C3%B3n#/media/Archivo:Loc-plato-highsmith_cropped.jpg

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/3/31/La_scuola_di_Atene.jpg

 

(1) Identidad y amistad, Emilio Lledó. Taurus, 2022.

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