Algunas veces los nombres de nuestras calles llevan a error. Como la del Alamillo. Su denominación nos lleva a creer que allí había un álamo pequeño; pues no.

 A Madrid, le quitas el cafelito y lo matas. Y más que el cafelito, el lugar de beberlo. Qué haría el madrileño del XIX sin su tertulia de café, como antes se aposentaba en figones y casas de comidas.