Madrid no siempre fue una ciudad moderna y europea. Hubo un tiempo que fue corte de los milagros y milagro de vivir...

Con la llegada a España, en 1700, del primer Borbón, Felipe V Anjou, vienen también costumbres de todo orden. Culinarias también. E inventos de las cocinas españolas, como el de cierto cocinero que,habiéndose roto unos cuantos huevos en un cacharro, ideó removerlos y echarlos a la sartén, ofreciendo el resultado a la reina: tortilla “a la francesa”. Tuvo éxito total.

Con el reinado de Felipe IV, Madrid luce esplendoroso, sobre todo de 1621 a 1665: escritores, artistas, autores teatrales, hacen que el pueblo olvide los desastres exteriores:

En el XVII, el madrileño tiene fama de vago. Bueno, el don lindo, el burguesito, el pijo para entendernos.

Los madrileños es que no paran. Nos hemos hecho con un calendario, extraído de una guía de Madrid en 1850, en que constan todas estas fiestas:

Madrid se va haciendo urbana entre 1420 y 50. Sigue viviendo de la agricultura en un muy alto porcentaje, pero se va especializando en artesanía, crece el comercio y aparece un fuerte sector servicios:

¿Creen ustedes que las tribus urbanas son un invento actual? Pues se equivocan. En el Madrid del XVIII hay una buena colección de ellas. Vamos a ver algunas.

En 1623 el rey Felipe IV, que no dejó moza ni casada salir indemne de su entorno, padre de variada cosecha de bastardos, decide que «no se permita mancebía donde mugeres ganen con sus cuerpos», y las prohíbe.

Madrid, en el XIX, tiene burdeles. Por supuesto. Están controlados, y son francamente sórdidos, barriobajeros, casuchas sucias y oscuras en cuyas puertas las mujeres sueñan con el retiro, junto a su hombre, en casa propia.

A veces se hace realidad el sueño junto a un labriego que también busca quien le lave la camisa y le cueza las patatas. Pero es una vez entre miles. Las autoridades se habían empeñado en esconder lo que todos veían, y se llevaron a todas las esquineras al barrio de Huertas. Pero el espacio que les dedicaron, muy optimistas, se les quedó pequeño. Y así empezaron a surgir casas particulares, zonas discretitas en algunos cafés, cosas así. Y allí fueron las dichas autoridades a ver qué pasaba. Y pasaba que había más usuarias que en los prostíbulos. Así que empezaron a hacer listas, matrículas y reglamentaciones médicas. El primer reglamento que conocemos data de 1865. Dice que se incluya en él “a todas las mujeres que se dediquen al vil tráfico de su cuerpo”.

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