Suenan las notas de un carillón. Los sonidos de las pequeñas campanas pugnan por hacerse oír entre el bullicio y el ruido de fondo de una populosa ciudad del siglo XXI. Desde el interior de una habitación de un primer piso, se deslizan hacia el exterior de la balconada cinco figuras. Son Carlos III, Francisco de Goya, la duquesa de Alba, una manola y el torero Pedro Romero. Sí, es en Madrid y lo podemos ver en la Plaza de las Cortes, número 8, frente al Congreso de los Diputados.

Durante poco más de tres minutos, las figuras realizan una singular coreografía sin perder un solo paso; así ha sido desde la fecha de su inauguración, allá por 1993, moviéndose cuando corresponde y cuando así lo decide el gran reloj que se ubica en la fachada, sobre el balcón.

Cuando el reloj marca las 12:00, las 15:00, las 18:00 o las 20:00 h, este artilugio de 3000 kilos, fabricado en Holanda y con personajes de 1,40 m de alto diseñados por Antonio Mingote, se pone en funcionamiento. Todo está repetidamente decidido.

Con los primeros sonidos del carillón, se abren las puertas del balcón. De la penumbra del interior surgen al mismo tiempo tres figuras. Son, de izquierda a derecha y caminando codo con codo como si de un desfile militar se tratara, el torero el rey y el pintor. Cuando la luz les baña por completo, vemos que detrás de ellos y a riguroso compás, salen también a tomar el aire la manola y la duquesa.

Cuando llegan al exterior, los dos grupos (los tres hombres de delante y las dos mujeres de detrás) se extienden hasta conformar una sola hilera horizontal que nos permite contemplar a los cinco personajes. Sus figuras enhiestas no realizan de momento ningún movimiento, salvo mirar decididamente de frente.

Pedro Romero viste traje de toreador goyesco amarillo y verde, con el tocado propio de la época. Porta en su mano derecha la espada de matador, y envolviendo su antebrazo izquierdo, el capote de la fiesta. A su lado, luce con pose chulesca la manola madrileña, tocada con un lazo rojo y con traje de lunares, sujetando con su mano derecha un abanico y con el brazo izquierdo en jarras sosteniendo el típico mantón.

Carlos III ocupa el lugar principal en el centro, como le corresponde por ser rey y el mejor alcalde de Madrid, ataviado como en una de las imágenes que le inmortaliza en uno de los cuadros del Museo del Prado. Lleva casaca marrón, y sobre la camisa verde se deja ver una banda con los colores de la bandera de España. Los guantes, que no lleva puestos y que agarra con su mano derecha, la escopeta con el cañón hacia el cielo a modo de bastón, su sombrero de tres picos cubriendo la peluca blanca de rizos y una sonrisa en su rostro, le confieren un aire aristocrático y cercano a la vez.

La duquesa de Alba, vestida de azul con un tocado rojo, sostiene delicadamente un pañuelo en su mano derecha y con su izquierda hace un gesto propio de las personas de clase. Su perrito la acompaña completando el conjunto.

A la derecha, por fin, Goya, retratador de sus compañeros de balcón, con casaca verde y sombrero, sostiene en su mano izquierda la paleta y los pinceles propios de su profesión mientras con la derecha maneja el pincel que está usando en este momento.

Cuando todos han tomado ya sus posiciones extendiéndose a lo largo del balcón, la quietud de los personajes termina. El perrito comienza a hacer nerviosos movimientos, como si quisiera llamar la atención de su ama. Todas las figuras se giran para mirar a Goya y a continuación los cinco personajes se mueven a derecha e izquierda, como queriendo tomar contacto con la ciudad que se vislumbra desde el balcón. Entonces van cambiando las direcciones y, cuándo se miran entre unos, cuándo entre otros.

A partir de ahora, cada personaje adquiere su propio carácter. El torero mueve el brazo sobre el que lleva el capote, el pañuelo de la duquesa se bambolea, Goya mueve el pincel sobre la paleta, el rey hace gestos con la cabeza, la maja se abanica.

Finalmente, todos vuelven a mirar de frente al exterior de la calle al unísono y la hilera horizontal comienza a ejecutar un movimiento inverso al del principio, juntándose los personajes nuevamente en los dos grupos principales y reculando hacia el interior de la estancia. Por fin se hace el silencio y la oscuridad del interior se traga de nuevo a los cinco, cerrándose la puerta tras ellos y dejando en el espectador la sensación de que todo ha sido una ilusión óptica, como un sueño del que acabamos de despertar.

Este espectáculo de figuras móviles del madrileñismo, capaz de interpretar más de 500 melodías diferentes con sus dieciocho campanillas de bronce, que están a la vista flanqueando el reloj principal, pasa desapercibido para mucha gente que no lo conoce. Y es que sus protagonistas juegan al escondite.

E. M.

IMÁGENES
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