Resumen: Sidharta Gautama, el Budha
Sidharta Gautama, el Buda, se llamó así, según H. P. Blavatsky, por ser el primero su nombre personal, y el segundo el sacerdotal, que mereciese de su familia Sankhya: de allí el epíteto de Sakhyamuni o el Santo de la familia Sankhya.
Si estás interesado en leer artículo completo lo tienes aquí: https://biblioteca.acropolis.org/sidharta-gautama-budha
Para aprender más sobre la filosofía Budista y como aplicarla tienes el curso de Filosofía Aplicada
Clave histórica
Nació de familia noble, de la casta Chatrya o guerrera, en el actual Nepal, en el palacio real de Kapilavastu, a unos 150 km al NE de la ciudad de Benarés. Las investigaciones modernas nos dan la fecha del 563 a. C., que coincide aproximadamente con las tradiciones antiguas indias, que sitúan su nacimiento entre el 600 a. C. y el 543 a. C.
Su padre fue el rey Suddhodhana, y su madre, la princesa Maya, proveniente de un país vecino. India, por aquel entonces, estaba pasando por uno de sus períodos de tipo feudal, o sea, que estaba compuesta por pequeños Estados, a la manera de la Grecia clásica. Suddhodhana significa «Arroz puro»; y Maya o Mayadevi, «Ilusión luminosa». El niño nació en el equivalente de nuestro mes de mayo y se destacó inmediatamente por su belleza física e intelectual. Quedó huérfano de madre muy pronto y fue criado por su padre, que casó en segundas nupcias con la princesa Gautami, probable pariente cercano de Maya, tal vez su hermana menor. Sidharta fue educado, desde los siete años de edad, por el maestro Vizvamittra y su consejo de ancianos sabios.
El futuro Tathagata, «el Predicador», mostró pronto un carácter introvertido.
Clave mítica o religiosa
Hay tres textos, llamados «Evangelios» por los occidentales, que narran la vida del Buda: uno, el de Asvagosha Bodhisatva, también llamado Budacrita; otro, el Mahavastu ; y el tercero, Lalita-Vishtara, el más esotérico de todos, pues identifica al Buda con toda la Humanidad y así, narrando las anteriores reencarnaciones del gran sabio de manera mistérica, enseña sobre lo que fue la Humanidad en el más remoto pasado, cuando habitaba formas animales en un planeta que hoy se convirtió en satélite, la Luna. Existe asimismo una biografía escrita tardíamente por Dharmaraya en el 308 d. C.
Tomamos como fuente principal el escrito de Asvagosha, o la versión hindú. También hay versiones chinas, japonesas, coreanas y de la escuela zen.
Sidharta nació el segundo día de la lunación de mayo del año 621 a. C., en el reino de Kapilavastu. Su padre fue el rey Suddhodhana y su madre Maya, o Mahamaya, que murió de parto a los siete días de nacer Sarvathasiddha. La madre, antes de morir, hizo jurar al rey que se casaría con su tía, Mahaprajapati Gautami, y que cuidarían al niño que ya se conocía como excepcional, como un Avatara.
El niño no había nacido como los demás hombres pues, aunque casados sus padres, no se había consumado el matrimonio por motivos rituales.
Fundado el Sangha, dio a los «monjes» diez Paramitas y seis para los laicos.
Su doctrina, que se resume en el Sermón de Benarés, se basa en la autorrealización del Hombre. Ni los demonios pueden, realmente, rebajarlo, ni los Dioses elevarlo, salvo con la complicidad o colaboración del propio ser humano. No existe en el budismo la idea de una «salvación», ni tampoco la de un «Dios personal». El hombre está atado tan solo por su ignorancia, que le hace equivocarse y reencarnar miles de veces buscando la experiencia que le falta. Dios no baja hasta los hombres, sino que estos deben elevarse hacia lo divino, donde la Luz es permanente y los lotos no cierran sus pétalos. El Dammapadha nos dirá: «Es más fuerte el hombre que se vence a sí mismo que el que vence a mil hombres en combate».
Nirvana significa, literalmente, «salir del bosque», o sea, salir de la confusión, las tinieblas y la pluralidad. Es la meta última del Hombre como tal.
Si estás interesado en leer artículo completo lo tienes aquí: https://biblioteca.acropolis.org/sidharta-gautama-budha
Para aprender más sobre la filosofía del Budha y como aplicarla tienes el curso de Filosofía Aplicada
https://www.nueva-acropolis.com/curso-de-filosofia-para-vivir/
Hagamos un viaje en el tiempo. Situémonos en el Prado, en nuestro Madrid siglo XXI, y con la magia de la que solo es capaz la imaginación, hagamos desaparecer el ruido de máquinas y vehículos y los sonidos de móviles y músicas enlatadas. Sustituyamos los humos insanos de los tubos de escape por alguna humareda de olor penetrante nacida de la leña quemada en algún fuego familiar, o por el aroma cambiante transportado por la brisa. Quitemos asfaltos y aceras... Transformemos la apariencia de los viandantes... Añadamos césped, fuentes y árboles, y recorrámoslo de la mano de Ramón Gómez de la Serna.
¿Qué pasaría si un día San Isidro se cansara de tanta promesa incumplida y tan poco devoto a sus pies y presentara su dimisión como santo patrón de la villa madrileña? Pues Felipe Pérez y González, periodista y escritor afincado en Madrid, autor del libreto de la zarzuela La Gran Vía, ya lo imaginó, y lo imaginó en verso. Nacido a fines del siglo XIX y fallecido a principios del XX, don Felipe tuvo a bien otorgar temporalmente el cargo de patrona de Madrid a Nuestra Señora del Olvido. Sus razones tenía.
El palacio de Viana es uno de los edificios más antiguos que tienen su hogar en Madrid. Aunque es una construcción que data del siglo XV y su aspecto exterior tiene una apariencia renacentista, por dentro está ricamente decorado desde el siglo XIX, y ha sido reformado en época reciente para dotarlo de las comodidades y requisitos tecnológicos propios de nuestro tiempo. Hoy es la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores y, aunque no está accesible al público habitualmente, en ocasiones abre sus puertas y todos los madrileños y visitantes en general pueden contemplar la majestuosidad de sus salas.
Madrid dispone, como ninguna otra ciudad, de un paraíso natural que se abre paso en medio de su espacio urbano, con las flores más bellas, los árboles más diversos y las plantas más exóticas. Se trata del Real Jardín Botánico, una de las instituciones más importantes del mundo dentro de su ámbito. Su objetivo es el estudio y la enseñanza de la botánica, y abre sus puertas a todo aquel que quiera contemplar sus maravillas durante todos los días del año (salvo Navidad y Año Nuevo) a la vez que se dedica a la conservación de nuestro patrimonio natural.
Hay en las canciones populares un no sé qué de romance y tragedia que el oyente entiende. O por lo menos así eran antes, antes de este mundo tan de vuelta de todo en que a veces vivimos.
Por eso tiene algo de novela y de recuerdo el imaginarnos en el ambiente donde nacieron algunas canciones, cuyas letras significaban mucho para quienes las oían y reflejaban una época, unas costumbres, un mundo que existió y del que ahora solo conservamos el aroma. Es el caso de Rosa de Madrid.
Hay una dama en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid que lleva contemplando la vida sin pestañear desde su solidez de piedra desde hace veinticinco siglos, que se dice pronto. Sus ojos permanecen atentos, intentando descubrir cualquier cosa interesante que la vida haga pasar ante ella. ¿Cómo sería el mundo que contempló al adquirir forma? Seguramente, muy diferente al que ven nuestros ojos. Su existencia de piedra la ha llevado a viajar por diferentes lugares, pero se quedó a residir en Madrid. Y aquí permanece, estática, con la elegancia natural de quien nunca bajó la cabeza.
Tal vez hayan tenido algunos de nuestros lectores la oportunidad de ver la película de Charles Chaplin Luces en la ciudad. Tal vez hayan tarareado inconscientemente la melodía que sonaba cuando aparecía la joven ciega que vende flores y protagoniza la historia de amor con el vagabundo que interpreta Charlot. Y tal vez se hayan preguntado cómo era posible que conocieran la melodía al ver por primera vez la película. Muy fácil: la música que suena de fondo es nuestra universal y madrileñísima La violetera, que lleva sonando más de cien años en el repertorio de varias generaciones.
Pocos acontecimientos de nuestra historia han quedado tan grabados en la memoria colectiva de los madrileños como aquel que dio origen a la guerra de la Independencia. Pocos han sido tan sentidos, puesto que muchos de los participantes no fueron soldados, sino gente normal y corriente que, en un día de exaltación patriótica, se negaron a convertirse en vasallos franceses. Y si los españoles guardan recuerdo de aquel día heroico, los madrileños aún más, pues fueron madrileños de nacimiento o de adopción los héroes que glorificaron aquel 2 de mayo de 1808. Un escenario principal fue la que hoy es Plaza del Dos de Mayo.