Hagamos un viaje en el tiempo. Situémonos en el Prado, en nuestro Madrid siglo XXI, y con la magia de la que solo es capaz la imaginación, hagamos desaparecer el ruido de máquinas y vehículos y los sonidos de móviles y músicas enlatadas. Sustituyamos los humos insanos de los tubos de escape por alguna humareda de olor penetrante nacida de la leña quemada en algún fuego familiar, o por el aroma cambiante transportado por la brisa. Quitemos asfaltos y aceras... Transformemos la apariencia de los viandantes... Añadamos césped, fuentes y árboles, y recorrámoslo de la mano de Ramón Gómez de la Serna.
¿Qué pasaría si un día San Isidro se cansara de tanta promesa incumplida y tan poco devoto a sus pies y presentara su dimisión como santo patrón de la villa madrileña? Pues Felipe Pérez y González, periodista y escritor afincado en Madrid, autor del libreto de la zarzuela La Gran Vía, ya lo imaginó, y lo imaginó en verso. Nacido a fines del siglo XIX y fallecido a principios del XX, don Felipe tuvo a bien otorgar temporalmente el cargo de patrona de Madrid a Nuestra Señora del Olvido. Sus razones tenía.
El palacio de Viana es uno de los edificios más antiguos que tienen su hogar en Madrid. Aunque es una construcción que data del siglo XV y su aspecto exterior tiene una apariencia renacentista, por dentro está ricamente decorado desde el siglo XIX, y ha sido reformado en época reciente para dotarlo de las comodidades y requisitos tecnológicos propios de nuestro tiempo. Hoy es la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores y, aunque no está accesible al público habitualmente, en ocasiones abre sus puertas y todos los madrileños y visitantes en general pueden contemplar la majestuosidad de sus salas.
Madrid dispone, como ninguna otra ciudad, de un paraíso natural que se abre paso en medio de su espacio urbano, con las flores más bellas, los árboles más diversos y las plantas más exóticas. Se trata del Real Jardín Botánico, una de las instituciones más importantes del mundo dentro de su ámbito. Su objetivo es el estudio y la enseñanza de la botánica, y abre sus puertas a todo aquel que quiera contemplar sus maravillas durante todos los días del año (salvo Navidad y Año Nuevo) a la vez que se dedica a la conservación de nuestro patrimonio natural.
Hay en las canciones populares un no sé qué de romance y tragedia que el oyente entiende. O por lo menos así eran antes, antes de este mundo tan de vuelta de todo en que a veces vivimos.
Por eso tiene algo de novela y de recuerdo el imaginarnos en el ambiente donde nacieron algunas canciones, cuyas letras significaban mucho para quienes las oían y reflejaban una época, unas costumbres, un mundo que existió y del que ahora solo conservamos el aroma. Es el caso de Rosa de Madrid.
Hay una dama en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid que lleva contemplando la vida sin pestañear desde su solidez de piedra desde hace veinticinco siglos, que se dice pronto. Sus ojos permanecen atentos, intentando descubrir cualquier cosa interesante que la vida haga pasar ante ella. ¿Cómo sería el mundo que contempló al adquirir forma? Seguramente, muy diferente al que ven nuestros ojos. Su existencia de piedra la ha llevado a viajar por diferentes lugares, pero se quedó a residir en Madrid. Y aquí permanece, estática, con la elegancia natural de quien nunca bajó la cabeza.
Tal vez hayan tenido algunos de nuestros lectores la oportunidad de ver la película de Charles Chaplin Luces en la ciudad. Tal vez hayan tarareado inconscientemente la melodía que sonaba cuando aparecía la joven ciega que vende flores y protagoniza la historia de amor con el vagabundo que interpreta Charlot. Y tal vez se hayan preguntado cómo era posible que conocieran la melodía al ver por primera vez la película. Muy fácil: la música que suena de fondo es nuestra universal y madrileñísima La violetera, que lleva sonando más de cien años en el repertorio de varias generaciones.
Pocos acontecimientos de nuestra historia han quedado tan grabados en la memoria colectiva de los madrileños como aquel que dio origen a la guerra de la Independencia. Pocos han sido tan sentidos, puesto que muchos de los participantes no fueron soldados, sino gente normal y corriente que, en un día de exaltación patriótica, se negaron a convertirse en vasallos franceses. Y si los españoles guardan recuerdo de aquel día heroico, los madrileños aún más, pues fueron madrileños de nacimiento o de adopción los héroes que glorificaron aquel 2 de mayo de 1808. Un escenario principal fue la que hoy es Plaza del Dos de Mayo.
El género chico, que de chico tiene solo tiene la duración, refleja en numerosas ocasiones el Madrid castizo y vecinal. La música lírica rejuveneció en Madrid en el siglo XIX cuando el teatro Apolo acogió muchas de las zarzuelas que todavía hoy perduran entre los gustos del público. Como la crisis limitaba el acceso del público a los espectáculos habituales de cuatro horas, se inventó el «teatro por horas», con espectáculos de una hora de duración que permitían abaratar la entrada. Una de estas obras se estrenó en 1897, y Madrid contó desde entonces con La Revoltosa.