El Palacio Real de Madrid es uno de palacios más imponentes de toda Europa. Declarado Bien de Interés Cultural y gestionado por Patrimonio Nacional, está rodeado por los jardines del Campo del Moro, la plaza de Oriente, la catedral de la Almudena y los jardines de Sabatini. Alberga en su interior colecciones artísticas de enorme valor, como lámparas, tapices, muebles suntuosos, bronces, pinturas, esculturas, bordados de seda y frescos en sus techos. Fue residencia real en otros tiempos; actualmente, acoge banquetes de Estado de gala o la acreditación de embajadores ante el rey.

Muchos urbanitas no sabríamos que el madroño es un componente relevante de la familia vegetal si no lo viéramos continuamente con el oso que no le quita nunca las patas de encima. Y ya, cuando lo vemos con un tamaño respetable y en tres dimensiones, de duro material sólido, entonces nos convencemos de que existe, de que es como de nuestra familia y de que estamos en Madrid. Concretamente en la Plaza del Sol.

¿Habrá un cuadro más estudiado que Las meninas de Velázquez? Los especialistas en arte lo admiran por su maestría, y los que somos legos en la materia lo admiramos sin saber explicar por qué. A pesar de tener un gran tamaño para un lienzo, condensa en poco espacio gran cantidad de historias, de significados, de enigmas.... En cualquier lugar del mundo se ha oído hablar de Las meninas de Velázquez, su obra maestra. Por eso, mucha gente quiere verlo de cerca, al natural. ¿Dónde? En el Museo del Prado, en el corazón de Madrid.

¿Hay algo más madrileño que un chotis? ¿Hay un título que muestre más claramente cuál es la ciudad protagonista que el que se llama «Madrid»? Pues sí, el chotis Madrid viene sonando desde 1948 llevando el nombre de la capital española por todo el mundo. Su compositor, Agustín Lara, no era madrileño. Era mexicano, y aun así, el habla castiza se refleja en su letra. Hoy, como siempre, este chotis, llamándose Madrid, sigue ocupando un lugar preferente, pues después de más de setenta años ha demostrado que ha superado la barrera del tiempo.

Hay calles pequeñas con una historia grande. Y de esas tenemos bastantes en Madrid. Una de las que guarda recuerdos importantes de la historia, no solo de la capital, sino de España, es la que se llama 7 de Julio, que antes se conoció como calle de la Amargura. Pero ¿qué pasó aquel 7 de julio de 1822 en el centro de Madrid para que hoy queramos recordarlo y nos fijemos en la fecha con la que se grabó la placa que da el nombre actual a la pequeña calle? Pérez Galdós nos ayuda a recordar...

La fuente de Apolo tal vez no goce de la misma popularidad que las obras monumentales de Cibeles o Neptuno, y, sin embargo, forma parte del mismo conjunto que fue ideado en tiempos de Carlos III para remodelar el Paseo del Prado. Como las otras dos, la fuente de Apolo es una obra de estilo neoclásico y se la conoce también como Fuente de las Cuatro Estaciones. Fue diseñada por Ventura Rodríguez, uno de los más importantes arquitectos de su época, y se comenzó a construir en 1780. Madrid es su casa desde entonces.

Esquilache era un marqués que se llamaba Leopoldo, más concretamente Leopoldo de Gregorio, y tuvo la fortuna de aparecer en una época en que los pudientes decidieron que era mejor cultivar las ciencias y el conocimiento en general que ser un ignorante marimandón. Con seguridad hizo cosas buenas, pero todos le recordamos porque un día se le ocurrió prohibir los sombreros de ala ancha y las capas largas con las que los hombres se embozaban y eran irreconocibles (sobre todo en la noche, cuando todavía no había luz eléctrica) y con las que podían esconder armas cómodamente. El famoso motín que lleva su nombre comenzó en Madrid.

Sorprenden las antiguas fotos del río madrileño (bueno, antiguas... de hace un siglo) en las que se ven ropas secándose al sol colgadas en tenderetes de palos y pequeños troncos, con mujeres y niños alrededor, y los ojos del puente observando imperturbables la pequeña vida de los humanos. Allí estaban las lavanderas del Manzanares. Aquellas, fueron mujeres con una vida difícil (mujeres, sí, porque no había «lavanderos»), con apenas lo necesario para sobrevivir. Lograron pervivir en las fotos; pero también de la mano de los artistas, que les otorgaron un protagonismo que la vida real les negaba, como en este cuadro de Casimiro Sainz.

El título de mejor alcalde de Madrid lo ostenta, desde hace mucho tiempo, el rey Carlos III, y bien merecido que lo tiene. Son tantas sus obras de mejoramiento de la ciudad y fue tal el espíritu ilustrado que supo infundir en su gobierno, rodeándose de ministros y asesores con su mismo empuje reformador y de amor por las artes y las ciencias, que nadie ha osado disputarle su título honorífico de buen alcalde. Madrid es hoy como él soñó que fuera.

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