Nuestro río Manzanares, el río de los madrileños, ya que nace y muere en tierras matritenses, siempre ha estado muy presente en la vida de la ciudad, en la cotidiana, en esa que Unamuno llamó intrahistoria. Cierto es que, a pesar de aparecer como figurante en muchos cuadros costumbristas (como en algunos de Goya) y de haber sido objeto de atención de numerosos escritores ilustres, en la mayoría de las ocasiones ha salido malparado de tal interés. Tal vez sea, simplemente, que el humor castizo no perdona desde hace siglos, y las chanzas y las burlas, unidas siempre a un ingenio prodigioso que pugna por manifestarse, han provocado que el Manzanares sea protagonista de muchos versos.

La fuente que hoy conocemos como fuente de Orfeo ha tenido una vida ajetreada. Lo que hoy vemos es un conjunto formado por restos de distintas fuentes más antiguas, ya que la fuente original fue derribada en el siglo XIX. También la figura de Orfeo es una réplica, lo cual nos prueba que el hijo del dios Apolo y la musa Calíope no quiso marcharse de Madrid. De hecho, el Orfeo de mármol blanco que presidía la fuente original se encuentra ahora en el Museo Arqueológico de la capital.

Y dale con el cocido... ¿Es que los madrileños no comen otra cosa? Pues claro que sí, pero desde siglos atrás, cuando la gente necesitaba alimentarse bien para trabajos que requerían desgaste físico, el cocido podía llegar a todas las mesas, siendo a la vez una exquisitez. ¡Y cómo nos gusta cantarles a los platos que comemos! Será que despiertan nuestra vena poética. Ahí no hay nada que alegar ante canciones como Cocidito madrileño, populares hasta decir basta, pues se cantó el cocidito en toda España y durante mucho tiempo.

La Puerta de Toledo, declarada Bien de Interés Cultural, es una de las cinco puertas de entrada a Madrid, además de las de Alcalá, Atocha, Segovia y San Fernando. Cuando la ciudad tenía muralla, el acceso se controlaba a través de quince puertas y portillos, que se abrían de día y se cerraban de noche. La de Toledo nació en un momento crucial de la historia de España. Se proyectó durante la ocupación francesa y se terminó de construir cuando ya había terminado la guerra de la Independencia. Esta circunstancia influyó en lo que se refiere al secreto que guarda bajo sus cimientos: una cápsula del tiempo que cambió varias veces de contenido según soplaban los vientos.

Entre los madrileños ilustres que hicieron de su pluma un arte, Enrique Jardiel Poncela merece un lugar de honor entre los escritores cómicos. A pesar de que murió joven, cuando contaba cincuenta años de edad, su prolífica labor como dramaturgo permite que hoy le dediquemos unas líneas, porque Madrid bien vale unas risas.

En el siglo XIX fueron famosas las tertulias que se organizaban en los cafés de Madrid, y su recuerdo sobrevivió a los propios protagonistas. Los cafés se convirtieron en despachos de trabajo para literatos y artistas y en lugares de intercambio de ideas y propuestas innovadoras. Claro que, a veces, también eran escenarios de disputas más o menos encendidas. De entre estas, hay una que superó a todas: la que enfrentó a Valle-Inclán con Manuel Bueno y que terminó con un desafortunado bastonazo que provocó que el insigne escritor de las blancas barbas se quedara manco.

Madrid ha tenido, probablemente, la mayor concentración de literatos ilustres por metro cuadrado que jamás se haya dado en ningún otro sitio, en un momento tan especial como fue nuestro Siglo de Oro español. No sin motivo se habla del Madrid de las letras, o del barrio de los literatos, y es que muchos de los escritores que llevaron la literatura española a la inmortalidad, vivieron en Madrid. Góngora también.

Uno de los museos con más encanto que tiene Madrid es el dedicado a uno de los más grandes pintores españoles, valenciano de nacimiento, madrileño de adopción, que vivió en la capital de España y dejó como legado no solo sus importantes colecciones de arte, sino también su propia casa, el palacete donde se ubica la casa-museo que lleva su nombre. Hoy es lugar de paz y contemplación para los que quieren acercarse a su pintura.

Suenan las notas de un carillón. Los sonidos de las pequeñas campanas pugnan por hacerse oír entre el bullicio y el ruido de fondo de una populosa ciudad del siglo XXI. Desde el interior de una habitación de un primer piso, se deslizan hacia el exterior de la balconada cinco figuras. Son Carlos III, Francisco de Goya, la duquesa de Alba, una manola y el torero Pedro Romero. Sí, es en Madrid y lo podemos ver en la Plaza de las Cortes, número 8, frente al Congreso de los Diputados.

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