Todos los viajes en el tiempo tienen un componente de misterio, de magia y de atractivo que resulta difícil de rechazar. Cualquier lugar que contenga elementos que fueron utilizados por los humanos en algún momento del pasado, vuelve a recobrar la vida mágicamente y a mostrarnos un escenario en el que sucedieron acontecimientos reales: una vez fue verdad. Una de esas ventanas del tiempo la encontramos en el Museo del Ferrocarril de Madrid.

Todos los niños de todas las generaciones han sentido un asombro especial por los trenes, fueran estos como fueran. Las grandes orugas gigantes, más o menos ruidosas, con sus silbidos y sus protocolos, con el afortunado que conduce una locomotora y el personaje que da salida al tren, siempre han sido un foco de atracción para cualquier mirada infantil, capaz de atisbar el milagro que supone mover ese gran coloso en el que puede entrar la gente y marcharse lejos a descubrir mundos nuevos.

El Museo del Ferrocarril de Madrid conserva un patrimonio ferroviario de España que se compone de piezas únicas, algunas muy interesantes: hay locomotoras de vapor, eléctricas, diésel, vagones de viajeros, uniformes, todo tipo de objetos presentes en una estación (faroles, relojes, teléfonos, etc.) y muestras de arte cuyo tema es el ferrocarril. La colección de vehículos de este museo, compuesta por más de 400 piezas de material rodante, es una de las más importantes de Europa.

El Museo del Ferrocarril está situado en la estación de Delicias, que fue diseñada como término de la línea Madrid-Ciudad Real. El museo tiene cafetería y restaurante, pero con el sabor añadido de estar instalados en el interior de coches ferroviarios.

Entre los vehículos, hay locomotoras de gran belleza, independientemente de su valor como máquinas innovadoras que, en su momento, se mostraron capaces de modificar la forma de relacionarnos con el mundo, con las distancias, con el comercio. Ahí está, por ejemplo, la Marylin.

Marylin, la locomotora diésel-eléctrica 1615, es un bonito modelo, que llegó al puerto de Santurce a bordo de un vapor, procedente de Montreal, en 1954. El argot ferroviario le dio este sobrenombre por su origen norteamericano, por su prominente cabina aerodinámica y por su característico balanceo en ralentí. Recorrió el sur español traccionando pesados trenes de mercancías en Despeñaperros y remolcó trenes llenos de piedra para obras en la base de Rota en 1960.

Otra imponente locomotora que podemos admirar es el modelo diésel Renfe 340-020-3, que, con sus 88 toneladas y más de 20 metros, arrastró trenes rápidos y expresos entre Madrid y Barcelona, que en su época eran convoyes de «alta» velocidad (alcanzaban los 130 km/h).

Más viejita y, por lo tanto, más innovadora y meritoria en su tiempo, es la locomotora de vapor 040-2091, llamada «El Cinca» porque la empresa que adquirió varios ejemplares de este modelo (la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España) tenía por costumbre dar nombres de ríos a sus locomotoras de mercancías. El Cinca fue la primera de la serie, de fabricación francesa. Por su potencia, resultaron excelentes para remolcar pesados trenes de mercancías y mixtos en líneas de trazado difícil, como las rampas de la sierra de Guadarrama y algunas del País Vasco.
También hay coches de viajeros en el museo, como el C 16 del Ferrocarril de Lorca-Baza-Águilas. Llegó a Murcia en 1891 desde Inglaterra y la caja está construida en madera revestida de hierro. Su distribución interior era la típica de los primeros coches, con varios departamentos independientes a los que accedían los viajeros directamente a través de la portezuela que tenía cada uno, utilizando los estribos laterales del coche. Los interventores de la época, que eran unos héroes, también utilizaban estos estribos para pasar de coche en coche con el objeto de inspeccionar los billetes, desde el exterior y en marcha.

Hay otros personajes peculiares unidos a la historia del tren, como los escopeteros, nombre coloquial que designaba a los guardas jurados de Renfe, que eran ferroviarios que viajaban por parejas en los trenes, con su uniforme reglamentario gris azulado, guerrera y gorra, y que tenían la misión de vigilar los delitos y faltas contra la seguridad y conservación de las vías férreas y mantener el orden dentro de sus recintos. Cuando estaban de servicio, tenían la condición de agentes de la autoridad y podían auxiliarse con perros policía. De ellos podemos admirar en el museo su carabina Destroyer, de calibre 9 mm, ligera y precisa.

En los coches de viajeros se pasaba frío, y no digamos en los de tercera clase, que ni siquiera tenían cristales en las ventanas, sino solamente unas cortinillas. Esto nos lleva a otro de los objetos que podemos contemplar, un «calorífero», que era un rudimentario calientapiés: un recipiente de sección rectangular, de un metro de largo para que en cada departamento cupieran dos, con capacidad para contener unos 18 libros de agua caliente y se colocaba a los pies de los viajeros; de los de primera clase, por supuesto.

Pero si hubiera que señalar un objeto que no faltaba en ninguna estación, ese sería el reloj, recordador de la puntualidad y garante del paso exacto de los minutos, siempre presente para recibir y despedir al ferrocarril. Una de las piezas más valiosas del museo es el reloj Comtoise, que data de 1848, cuando se inauguró el primer ferrocarril de servicio público, la línea Barcelona-Mataró. Es un reloj de caja alta de maquinaria francesa. Su esfera, de una sola pieza, es de alabastro, y los números romanos son doce cartuchos de porcelana esmaltada. También tiene segundero y dos bocallaves para introducir la llave de la cuerda; suena a las horas y da los cuartos. Actualmente se puede contemplar en la Sala de Relojes del Museo del Ferrocarril, donde sigue cumpliendo su misión de marcar el paso del tiempo.

Podemos visitar el museo siguiendo un itinerario con juegos pensados para que las familias con niños puedan disfrutar de las piezas sin que allí nadie se aburra. También podemos disfrutar de un viaje de unos diez minutos en el automotor RENFE 9121 visitando todas sus dependencias y viendo cómo se conduce. El museo acoge además una feria del coleccionismo creada como lugar de encuentro, venta e intercambio de todo tipo de objetos coleccionables, en el que se dan cita juguetes antiguos, álbumes de cromos, carteles de cine, fotografías, etc.

Muchos alicientes para conocer uno de los museos más importantes en su clase, y que, para nuestra fortuna, tenemos en Madrid.

E. M.

IMÁGENES
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/b/bd/Museo_del_Ferrocarril_%28Madrid%29_126.jpg

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