Nuestro río Manzanares, el río de los madrileños, ya que nace y muere en tierras matritenses, siempre ha estado muy presente en la vida de la ciudad, en la cotidiana, en esa que Unamuno llamó intrahistoria. Cierto es que, a pesar de aparecer como figurante en muchos cuadros costumbristas (como en algunos de Goya) y de haber sido objeto de atención de numerosos escritores ilustres, en la mayoría de las ocasiones ha salido malparado de tal interés. Tal vez sea, simplemente, que el humor castizo no perdona desde hace siglos, y las chanzas y las burlas, unidas siempre a un ingenio prodigioso que pugna por manifestarse, han provocado que el Manzanares sea protagonista de muchos versos.
Ya en el siglo XVI, Luis Vélez de Guevara decía de él: «El río Manzanares se llama río porque se ríe de los que van a bañarse en él no teniendo agua, que solamente tiene regada la arena”.
También algún diplomático se permitió un tono guasón, como el embajador de Rodolfo II de Austria: «El Manzanares es el mejor río del mundo, pues es navegable a caballo».
Sobre el Manzanares escribieron Lope de Vega, Góngora, Cervantes, Quevedo, Tirso de Molina, Ramón Gómez de la Serna y muchos más.
Ya solo por este plantel de eminencias, el Manzanares tiene que sentirse orgulloso de ser objeto de tal atención.
Alfonso Núñez de Castro, historiador en tiempos de Felipe IV, decía que los demás ríos tienen barcas medio abandonadas que causan peligro, mientras que en el río de Madrid todos los coches y carrozas sirven de góndolas seguras admirablemente.
Góngora llamó al Manzanares «duque de los arroyos y vizconde de los ríos», aunque «bien es verdad que os harán marqués de Poza en estío / los que entrando a veros sucios, saldrán de veros no limpios».
Quevedo, por su parte, lo denominó «aprendiz de río», y Baltasar Gracián, admirado por la presencia de tantos madrileños ante el río medio seco, decía que «estaban esperando a que acabase de correr el río para poder pasar sin mojarse».
Tirso de Molina comparaba al Manzanares con las universidades de Alcalá y Salamanca, explicando que aunque no fuera colegio «tenía vacaciones en verano y curso solo en invierno».
Ventura de la Vega escribe sobre el Manzanares: «...que de sed mueren los olmos que sus orillas guarnecen; / que él mismo, al agua extraño, pide paraguas si llueve...».
Algo debe de tener nuestro madrileño río cuando tanto invita a los comentarios. Alfredo López Serrano, autor de un trabajo sobre los romances que dedicaron a este curso fluvial los escritores del Siglo de Oro, bromea diciendo que Héráclito debía de pensar en el Manzanares cuando dijo aquello de que «nadie se puede bañar dos veces en el mismo río».
Pero no todo son bromas. También el Manzanares ha inspirado sentidos poemas, como el precioso romance que Gerardo Diego escribió en 1966, volcando su lirismo en el río madrileño:
Romance del Manzanares
Manzanares, río humilde,
río devoto y descalzo,
que brindas y hurtas espejos
al sesgo de camposantos;
mientras Madrid alza torres
sobre torres con escándalo
de jardines y vistillas
y cornisas de palacios,
tú permaneces huyendo
y en fidelidad de canto
te sucedes a ti mismo
como el Fénix del teatro.
Tú aguantas puentes de piedra,
pasarelas de milagro,
playas de engaño amarillo,
piscinas de verdes lampos,
y si te olvidan carrozas
o te desdeñan caballos,
te consuelas exprimiendo
tus sueños canalizados.
Manzanares del Manzoni,
del 5 o del 3 de mayo
—derrumbos de la Moncloa,
pradillo de los ahorcados—,
si mis pasos leales
no desagravian tu llanto
cuando me ves tantas veces
botando versos y barcos,
los amantes te rediman
sellando a besos su pacto,
río abajo, río arriba,
todas las lunas del año.
Manzanares: quién te ha visto y quién te ve. Cuántas de las burlas se hubieran ahorrado muchos si te contemplaran ahora en tu paso tranquilo por esta gran ciudad, acogedora y cosmopolita.
E. M.
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Jorge Tomé Hernando from Manzanares El Real, Spain / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0)