Suenan las notas de un carillón. Los sonidos de las pequeñas campanas pugnan por hacerse oír entre el bullicio y el ruido de fondo de una populosa ciudad del siglo XXI. Desde el interior de una habitación de un primer piso, se deslizan hacia el exterior de la balconada cinco figuras. Son Carlos III, Francisco de Goya, la duquesa de Alba, una manola y el torero Pedro Romero. Sí, es en Madrid y lo podemos ver en la Plaza de las Cortes, número 8, frente al Congreso de los Diputados.

¿Quién no tiene el recuerdo de aquellas noches de infancia en las que protegíamos como un tesoro el diente que habíamos depositado bajo la almohada apretándola con nuestra cabecita aquel día tan especial en que habíamos perdido una de nuestras preciadas piezas dentales? Algo mágico había de suceder durante la noche, pues el ratoncito Pérez, siempre informado de este tipo de sucesos, debía llevarnos el regalo que nos pertenecía por semejante acontecimiento. Tal vez no todos sepan que el ratón Pérez tiene una casa en Madrid.

En el año 200 a. C. fue construido en suelo egipcio un pequeño templo. Nada hacía presagiar que estas piedras, ahora dos veces milenarias, iban a terminar colocadas a miles de kilómetros de distancia, concretamente en una capital europea, Madrid, la villa española situada en el corazón del mapa. Su aspecto actual es el de unas respetables ruinas, como muchos edificios de la misma antigüedad. Es nuestro templo de Debod.

Son muchas las zarzuelas cuya acción se desarrolla íntegramente en Madrid, mostrándonos diversos ambientes propios de la villa o haciendo mención a usos y costumbres madrileños de nuestro tiempo o de otras épocas. Este es el caso de El barberillo de Lavapiés, una zarzuela de tres actos cuyo libreto fue escrito por Luis Mariano de Larra, hijo del famoso escritor Mariano José de Larra, y cuya música es obra de Francisco Asenjo Barbieri. Su estreno en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en 1874 obtuvo mucho éxito. Todavía hoy se representa habitualmente.

¿Quién no ha deseado alguna vez tener una bola de cristal para echar un vistazo a lo que ocurría en un determinado sitio en el pasado? Pues resulta que en Madrid hemos encontrado algo parecido. Nuestro más insigne príncipe de las letras, Cervantes, español universal, a quien tantas efigies y monumentos conmemoran en todo el mundo, guardaba un tesoro bajo los pies de la estatua que le representa en la plaza de las Cortes.

Si hay una canción que mayoritariamente es aceptada como la más popular para hablar de Madrid, esa es Pongamos que hablo de Madrid. Curiosamente, hay mucha gente que piensa que la escribió Antonio Flores. Pero no, es de Sabina y nació hace casi cuarenta años, con lo que ha obtenido la solera de las grandes obras que resisten el paso del tiempo.

La Carroza Negra es un coche de caballos que mide dos metros y medio de alto y data del siglo XVII; aparece catalogada con el número 9 en la relación de carruajes de las Reales Caballerizas. Dada su antigüedad y su perfecto estado, es una joya artística localizada en el Palacio Real de Madrid bajo el amparo de Patrimonio Nacional. 

Madrileños ilustres ha habido muchos, pero tan prolíficos y renombrados como Lope de Vega, muy pocos. El célebre literato, figura destacada del Siglo de Oro de español, dedicó uno de los miles de sonetos que compuso a su ciudad natal, bien es verdad que la ocasión no era la más propicia para destacar las mejores cualidades de la villa.

Corría el año 1777; el rey Carlos III gobernaba en España y, lo que es más importante, residía en Madrid. Había decidido modernizar la capital de su reino, su ciudad, de la que acabó siendo «el mejor alcalde». La fuente de Neptuno nació con uno de sus grandes proyectos.

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