Entre los madrileños ilustres que hicieron de su pluma un arte, Enrique Jardiel Poncela merece un lugar de honor entre los escritores cómicos. A pesar de que murió joven, cuando contaba cincuenta años de edad, su prolífica labor como dramaturgo permite que hoy le dediquemos unas líneas, porque Madrid bien vale unas risas.

En el siglo XIX fueron famosas las tertulias que se organizaban en los cafés de Madrid, y su recuerdo sobrevivió a los propios protagonistas. Los cafés se convirtieron en despachos de trabajo para literatos y artistas y en lugares de intercambio de ideas y propuestas innovadoras. Claro que, a veces, también eran escenarios de disputas más o menos encendidas. De entre estas, hay una que superó a todas: la que enfrentó a Valle-Inclán con Manuel Bueno y que terminó con un desafortunado bastonazo que provocó que el insigne escritor de las blancas barbas se quedara manco.

Madrid ha tenido, probablemente, la mayor concentración de literatos ilustres por metro cuadrado que jamás se haya dado en ningún otro sitio, en un momento tan especial como fue nuestro Siglo de Oro español. No sin motivo se habla del Madrid de las letras, o del barrio de los literatos, y es que muchos de los escritores que llevaron la literatura española a la inmortalidad, vivieron en Madrid. Góngora también.

Uno de los museos con más encanto que tiene Madrid es el dedicado a uno de los más grandes pintores españoles, valenciano de nacimiento, madrileño de adopción, que vivió en la capital de España y dejó como legado no solo sus importantes colecciones de arte, sino también su propia casa, el palacete donde se ubica la casa-museo que lleva su nombre. Hoy es lugar de paz y contemplación para los que quieren acercarse a su pintura.

Suenan las notas de un carillón. Los sonidos de las pequeñas campanas pugnan por hacerse oír entre el bullicio y el ruido de fondo de una populosa ciudad del siglo XXI. Desde el interior de una habitación de un primer piso, se deslizan hacia el exterior de la balconada cinco figuras. Son Carlos III, Francisco de Goya, la duquesa de Alba, una manola y el torero Pedro Romero. Sí, es en Madrid y lo podemos ver en la Plaza de las Cortes, número 8, frente al Congreso de los Diputados.

¿Quién no tiene el recuerdo de aquellas noches de infancia en las que protegíamos como un tesoro el diente que habíamos depositado bajo la almohada apretándola con nuestra cabecita aquel día tan especial en que habíamos perdido una de nuestras preciadas piezas dentales? Algo mágico había de suceder durante la noche, pues el ratoncito Pérez, siempre informado de este tipo de sucesos, debía llevarnos el regalo que nos pertenecía por semejante acontecimiento. Tal vez no todos sepan que el ratón Pérez tiene una casa en Madrid.

En el año 200 a. C. fue construido en suelo egipcio un pequeño templo. Nada hacía presagiar que estas piedras, ahora dos veces milenarias, iban a terminar colocadas a miles de kilómetros de distancia, concretamente en una capital europea, Madrid, la villa española situada en el corazón del mapa. Su aspecto actual es el de unas respetables ruinas, como muchos edificios de la misma antigüedad. Es nuestro templo de Debod.

Son muchas las zarzuelas cuya acción se desarrolla íntegramente en Madrid, mostrándonos diversos ambientes propios de la villa o haciendo mención a usos y costumbres madrileños de nuestro tiempo o de otras épocas. Este es el caso de El barberillo de Lavapiés, una zarzuela de tres actos cuyo libreto fue escrito por Luis Mariano de Larra, hijo del famoso escritor Mariano José de Larra, y cuya música es obra de Francisco Asenjo Barbieri. Su estreno en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en 1874 obtuvo mucho éxito. Todavía hoy se representa habitualmente.

¿Quién no ha deseado alguna vez tener una bola de cristal para echar un vistazo a lo que ocurría en un determinado sitio en el pasado? Pues resulta que en Madrid hemos encontrado algo parecido. Nuestro más insigne príncipe de las letras, Cervantes, español universal, a quien tantas efigies y monumentos conmemoran en todo el mundo, guardaba un tesoro bajo los pies de la estatua que le representa en la plaza de las Cortes.

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