Son muchas las zarzuelas cuya acción se desarrolla íntegramente en Madrid, mostrándonos diversos ambientes propios de la villa o haciendo mención a usos y costumbres madrileños de nuestro tiempo o de otras épocas. Este es el caso de El barberillo de Lavapiés, una zarzuela de tres actos cuyo libreto fue escrito por Luis Mariano de Larra, hijo del famoso escritor Mariano José de Larra, y cuya música es obra de Francisco Asenjo Barbieri. Su estreno en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en 1874 obtuvo mucho éxito. Todavía hoy se representa habitualmente.

La acción imaginaria transcurre durante el reinado de Carlos III, el ilustrado rey que fue el mejor alcalde de Madrid según las crónicas, y la trama gira en torno a una supuesta conspiración para favorecer el ascenso de unos u otros ministros ilustrados de la época. Aparecen por ello los nombres de famosos diplomáticos y políticos de la Ilustración, como Esquilache (célebre por el motín que lleva su nombre), el conde de Aranda, Grimaldi o Floridablanca.

Los protagonistas se nos presentan durante la romería de San Eugenio, celebración tradicional que conmemora el permiso real concedido por Felipe IV para recolectar bellotas en el Real Sitio de El Pardo. El barberillo, al que llaman Lamparilla, y su amada, la costurera Paloma, colaborarán con la marquesita Estrella y su amado don Luis en las intrigas para favorecer a uno de los ministros del rey.

Majos y majas se dan cita en las calles del barrio de Lavapiés, donde cantan, huyen o dialogan a lo largo de la obra. «¡Salud, dinero y bellotas!», se dicen como saludo durante la romería.

El barberillo goza de la estima de sus paisanos, que tienen muy en cuenta sus opiniones, además de reconocerle sus méritos como barbero. Por ello, de vez en cuando, les entretiene e ilustra con su perorata. En cuestiones de política lo tiene claro: «Si en España prendieran / al que habla mal del Gobierno, / se quedaba sin vasallos / el pobre Carlos III».

A veces nos entra la duda de si habla del siglo XVIII o del XXI, porque algunas cosas nos suenan bastante cercanas, como la afición que tenemos todos de opinar sobre política: «Pues aquí tenéis de España / una copia y un modelo. / Cuatro hombres, cuatro opiniones; / si habláramos con doscientos, / doscientos partidos, todos / con sus ministros diversos. / Sería, pues, necesario / para estar todos contentos, / que hubiera en cada familia / un ministro por lo menos».

No cabe duda de que Lamparilla, el barbero, tiene aptitudes estratégicas; su postura es «ser enemigo siempre / implacable del Gobierno, / sea el que sea. Así gano / amigos, fortuna y crédito. / Como no manda más que uno, / y ese... no por mucho tiempo, / los restantes españoles / son de mi partido; y luego, / como en eso de ministros / está averiado el género, / y aquel que no es tonto es malo, / y aquel que no es malo es pésimo; / en hablando mal de todos, / pero muy mal... siempre acierto».

Cuando Paloma le pide su ayuda para la conspiración en la que está implicada, el barbero intenta evadirse filosofando a su modo: «¡Desde que pobres y ricos, / sacerdotes y seglares, / paisanos y militares; / hombres grandes y hombres chicos, / con planes e ideas raras, / y reformistas haciéndonos, / estamos siempre metiéndonos / en camisa de once varas. / ¡Está la patria en un tris! / ¡Con mucho menos hablar / y mucho más trabajar / se salvará el país!».

No tiene muy claro salir bien del asunto porque «La policía en España / tiene el talento especial / de prender siempre a los pobres, / pero a los ricos les cuesta más».

Pero Lamparilla reconoce después que «Como en España nací, / la política me apremia, / y como es una epidemia / ¡también me ha cogido a mí!».

La crítica fue muy favorable desde el principio con esta obra musical, tal vez por la conexión inmediata y desenfadada con las preocupaciones del pueblo llano. A la hora de plasmarla, su compositor, Francisco Asenjo, unificó criterios con el autor del libreto, Larra, en un intercambio de cartas que se conserva y en el que manifiesta su intención de diferenciar esta nueva obra de una de sus zarzuelas anteriores, Pan y toros, estrenada diez años antes. A la luz del resultado, el barberillo de Lavapiés se convierte en una parodia del famoso barbero de Sevilla de Rossini.

El Madrid de la pradera de El Pardo, con su romería y las conversaciones de sus gentes, nos evoca de forma clara el madrileñismo dieciochesco, con descripciones de los majos de Madrid, alusiones a manolos y manolas y estampas de las parejas tomadas del brazo o de paseo en tartana cantando.

Siguiendo con el tono gracioso y sin pretensiones, decreta el barberillo «que para que estén contentos / y vivan sin guerra y saña / soporte la pobre España / más ministros que conventos; / que en progresión singular / y siguiendo este registro / quien no haya sido ministro / no se pueda empadronar; / (...) y se lea en una tienda / “Consulado y Hostería”, / y en otra, “Lucas García, / sastre y ministro de Hacienda”».

El barberillo de Lavapiés es una zarzuela con una excelente música y con reflexiones que nos identifican con aquellos madrileños que acudieron al estreno de la obra, y con aquellos otros que inspiraron la acción que se narra, ya que, al parecer, hay opiniones que traspasan las barreras del tiempo. En boca de su protagonista, «¡Ay, señora, qué ilusión / creer que porque ha cambiado / el secretario de Estado / será feliz la nación! / Aunque suban a millares / a enmendar pasados yerros, / siempre son los mismos perros / con diferentes collares...».

Lavapiés y su barbero no pasan de moda.

E. M.

IMÁGENES
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/d0/1897-11-13%2C_Blanco_y_Negro%2C_El_d%C3%ADa_de_San_Eugenio%2C_M%C3%A9ndez_Bringa_%28cropped%29.jpg

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/a/a7/Madrid%2C_en_la_Fuente_de_Lavapi%C3%A9s.jpg

Francisco Pradilla y Ortiz / Public domain

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