Madrid ha tenido, probablemente, la mayor concentración de literatos ilustres por metro cuadrado que jamás se haya dado en ningún otro sitio, en un momento tan especial como fue nuestro Siglo de Oro español. No sin motivo se habla del Madrid de las letras, o del barrio de los literatos, y es que muchos de los escritores que llevaron la literatura española a la inmortalidad, vivieron en Madrid. Góngora también.

Decía el académico Pérez Reverte que si el Barrio de la Letras de Madrid hubiera estado en Londres o en París, hoy estaría considerado como uno de los centros culturales al aire libre con más renombre del mundo, no solo por la cantidad de museos y pinacotecas que se ubican en él, sino por la cantidad de viviendas que sirvieron de residencia a ilustres escritores de la talla de Cervantes, Lope de Vega, Góngora o Quevedo, entre otros.

Una de las casa en las que vivió Góngora estaba ubicada en la esquina que hoy corresponde al número 7 de la calle Quevedo y al 19 de la calle Lope de Vega y tenía una particularidad. El escritor vivía de alquiler y él no era el propietario. Cuando la alquiló no pasaba de ser una casa más de las de Madrid, a la que accedía alguien venido de otro punto de España (él era cordobés), que se iba adaptando según los vaivenes de su fortuna. Lo peculiar del asunto es que el segundo dueño de la casa, que la compró con el inquilino dentro, fue nada más y nada menos que Francisco de Quevedo y Villegas, otro nombre ilustre de las letras españolas.

A partir de aquí, el asunto se complica. Literariamente, es conocida la rivalidad entre los dos, no solo por ser los representantes de dos formas distintas de entender la estética literaria, sino también por protagonizar enfrentamientos personales mediante escritos que se dirigían el uno al otro. Se intercambiaron poemas satíricos con pullas que quedaron para la posteridad. Podemos imaginar lo bien que se lo hubieran pasado si hubiera existido en su tiempo el Twitter.

Cobra en estas circunstancias una importancia especial el hecho de que Quevedo, que ya poseía otra vivienda en Madrid, comprara precisamente aquella en la que estaba viviendo Góngora de alquiler, quien no pasaba en ese momento por su momento de mayor desahogo económico. El capítulo final de esta historia fue que en la primera ocasión que tuvo, Quevedo desahució a Góngora. Las letras y los egos.

Sabemos que la casa era propiedad de Quevedo por las investigaciones de Ramón de Mesonero Romanos, concejal del Ayuntamiento y primer Cronista Mayor y Oficial de la Villa en el siglo XIX, que recogió los datos del Registro Primitivo de Aposento de 1651. También aparece información sobre este edificio en un manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de España que recogía datos para lo que luego se conoció como el plano de Teixeira, terminado en 1656. Aquí es donde dice que Quevedo, que tenía otra propiedad en la calle del Olivo, se la compró a María de la Paz, entonces propietaria, quien sería posiblemente la primera casera de Góngora.

Una carta de Góngora, fechada en 1625, nos transmite las dificultades económicas que atravesaba entonces el autor de Ande yo caliente y ríase la gente. Otros investigadores, como Carreira, deducen que fue esta la casa en la que residió y que luego adquirió Quevedo por la información que se desprende del conjunto de las cartas que se conservan de Góngora.

Esta calle que hoy se llama Quevedo, se denominaba entonces Traviesa de la Calle del Niño. Dado que la ubicación de las calles de esta zona de Madrid no ha sido modificada en los últimos cuatrocientos años, gracias a la información del citado plano de Teixeira sabemos que la calle que se llama hoy Lope de Vega (una de las que hace esquina con el edificio donde se ubicó la vivienda de Góngora) se llamaba entonces Cantaranas, y que la calle Cervantes se llamaba Francos.

Góngora abandonó la casa en 1625 y después de un tiempo breve en la calle Huertas puso rumbo a Córdoba, su ciudad natal, donde moriría poco tiempo después.

La placa conmemorativa situada en el edificio, solo alude al propietario, madrileño de nacimiento y del que se cumplió el tercer centenario de su muerte en 1945, motivo por el cual el Ayuntamiento de Madrid quiso recordarlo con la siguiente inscripción: «Aquí estuvo la casa propia del poeta eminentísimo, claro ingenio, don Francisco de Quevedo y Villegas. El Ayuntamiento de Madrid lo recuerda en el III centenario de su muerte, VIII septiembre MCMXLV».

De Góngora no dice nada, pero el ilustre inquilino, que se refería a Quevedo como «Francisco Quebebo» por su afición a las tabernas, habitó en este domicilio mientras daba a luz algunas de sus reconocidas obras. Dicen las malas lenguas que el mismísimo Quevedo, que le denominaba despectivamente «Gongorilla» y que daba a su prominente nariz un tratamiento especial, se personó en la vivienda para «desgongorizarla».

Madrid, testigo y memoria de tantos acontecimientos, nos ofrece en esta ocasión una de las anécdotas inmobiliarias más peculiares de la historia.

E. M.

IMÁGENES
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https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/b/b9/Diego_Vel%C3%A1zquez_034_detail.jpg

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