La Puerta de Toledo, declarada Bien de Interés Cultural, es una de las cinco puertas de entrada a Madrid, además de las de Alcalá, Atocha, Segovia y San Fernando. Cuando la ciudad tenía muralla, el acceso se controlaba a través de quince puertas y portillos, que se abrían de día y se cerraban de noche. La de Toledo nació en un momento crucial de la historia de España. Se proyectó durante la ocupación francesa y se terminó de construir cuando ya había terminado la guerra de la Independencia. Esta circunstancia influyó en lo que se refiere al secreto que guarda bajo sus cimientos: una cápsula del tiempo que cambió varias veces de contenido según soplaban los vientos.
José Bonaparte, hermano de Napoleón (o Pepe Botella si preferimos el nombre que le dio el pueblo madrileño para hacerle notar su grado de popularidad), fue quien decidió que hacía falta una puerta de buena presencia para dar entrada a Madrid a todo aquel que llegaba desde Andalucía o Toledo. La brevedad de su estancia como gobernante hizo que el proyecto quedase paralizado, pero no la idea, que fue retomada por sus sucesores, que modificaron el proyecto original.
Ese fue el motivo de que la Puerta de Toledo tomara la forma de un arco de triunfo, pues se aprovechó la circunstancia para celebrar el regreso de Fernando VII, el Deseado, el legítimo rey de España que había sido retenido en Francia y obligado a abdicar (aunque muchos se dieron cuenta pronto de que no había mucho que celebrar).
Cuando se puso en marcha el primer proyecto, se enterró en la base del monumento un cofre con un conjunto de objetos, que incluía monedas de la época, guías de Madrid, calendarios y la Constitución de Bayona que regía en tiempos de José I. Cuando Fernando VII fue repuesto en su cargo, el texto legal fue sustituido por la nueva Constitución de 1812 y varias medallas. Pero no quedó ahí la cosa. Fernando VII acabó aboliendo la Constitución y hubo que «actualizar» el tesoro, desenterrando la carta magna y sustituyéndola por un diario de la época y un almanaque. Hasta la puerta debía de estar estresada con tanto trajín.
Situada en el Barrio de La Latina, la Puerta de Toledo es hoy un monumento con una única función estética, puesto que está aislada del contacto con peatones y vehículos y se alza en una glorieta ajardinada que no pisa nadie. Sin embargo, durante muchos años cumplió su función de puerta, tal como podemos contemplar en las fotografías de principios del siglo XX, y no solo era lugar de tránsito de personas, carruajes y animales, sino que durante un tiempo la atravesaron los raíles del tranvía, con lo que prácticamente todos los madrileños de la época habían pasado en alguna ocasión bajo su sombra protectora. Eran tiempos en los que los niños jugaban bajo sus arcos y la gente se arremolinaba en su periferia con sus ocupaciones diarias. Durante el siglo XIX, además, fue el único acceso a la ciudad para los animales.
La Puerta de Toledo, de estilo neoclásico y 29 m de altura por 28 de ancho, terminó de construirse en 1827. Su arquitecto, Antonio López Aguado, utilizó granito y piedra berroqueña, lo que hace que sea pesadísima si la comparamos con la Puerta de Alcalá; por este motivo, los madrileños, tan aficionados a sacarle punta a todo, hicieron circular el dicho de que era «un elefante de piedra cebado con adoquines». Se compone de tres arcos, dos laterales de estructura cuadrada y uno central de medio punto, con vanos flanqueados por medias columnas con capiteles jónicos en el arco central y pilastras jónicas en los laterales.
Un conjunto escultórico de piedra corona la parte superior del monumento que mira hacia el río Manzanares, con una alegoría de España y sus provincias. Además hay esculturas de trofeos militares para conmemorar la victoria de la guerra de la Independencia, como escudos, cañones y armaduras. El lado que mira al centro de Madrid, está rematado por el emblema de la villa sostenido por dos niños.
Una inscripción en latín se lee por ambos lados de la puerta: «A Fernando VII, el Deseado, padre de la Patria, restituido a sus pueblos, exterminada la usurpación francesa, el Ayuntamiento de Madrid consagra este monumento de fidelidad, de triunfo y de alegría. Año 1827».
Para ser consecuente con todo lo relacionado con esta construcción, la inscripción también tuvo una historia muy movida: fue desclavada parcialmente durante la revolución de 1854 (la Vicalvarada), y el resto se arrancó durante la revolución de 1868 (la Gloriosa). Finalmente fue repuesta cuando se restauró el monumento en 1995.
Con la urbanización moderna de Madrid, que exigió hacer un túnel bajo ella, la Puerta de Toledo sufrió un pequeño accidente, pues el terreno cedió y se originó una pequeña deformación en uno de los arcos. Afortunadamente no es un daño importante y pasa desapercibido al espectador.
Es la última puerta monumental que se levantó en Madrid y, junto con la Puerta de Alcalá, las dos únicas puertas históricas que se conservan.
Con tanto movimiento de objetos enterrados (todos interesantísimos desde el punto de vista histórico) no sería raro que nos lleváramos alguna sorpresa si nos diese por sacar a la luz la famosa cápsula del tiempo de la Puerta de Toledo de Madrid.
E. M.
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