¿Habrá un cuadro más estudiado que Las meninas de Velázquez? Los especialistas en arte lo admiran por su maestría, y los que somos legos en la materia lo admiramos sin saber explicar por qué. A pesar de tener un gran tamaño para un lienzo, condensa en poco espacio gran cantidad de historias, de significados, de enigmas.... En cualquier lugar del mundo se ha oído hablar de Las meninas de Velázquez, su obra maestra. Por eso, mucha gente quiere verlo de cerca, al natural. ¿Dónde? En el Museo del Prado, en el corazón de Madrid.
Este enorme cuadro, de más de tres metros de ancho y 2,80 cm alto, alberga una compleja composición. Sabemos que se pintó en 1656 en el Alcázar de Madrid, en el Cuarto del Príncipe, llamado así porque lo ocupó el infante Baltasar Carlos, que había muerto diez años antes a punto de cumplir los diecisiete años. El lugar donde transcurre la escena se habilitaría años más tarde como taller de trabajo de los pintores de cámara. Quién sabe si en aquel Alcázar lleno de historia y residencia real durante mucho tiempo, no hubo otras obras del insigne pintor capaces de competir con esta, ya que el fuego nos robó la posibilidad de contemplar muchas pinturas perdidas, tanto de Velázquez como de otros artistas, así como esculturas, muebles suntuosos y joyas, todo ello devorado por un incendio.
Nos menciona Antonio Palomino esta obra en 1724, al hablar de los pintores españoles en uno de sus tratados. Como casi todas las obras de Velázquez, no está fechada ni firmada, pero la fecha que se le atribuye proviene de la información de este tratadista y de la aparente edad que tiene la infanta protagonista, nacida en 1651. El cuadro se pintó para ser colocado en el despacho del rey, en el cuarto de verano, y ese fue su primer destino. En 1819 pasó al Prado procedente de la colección real.
Las meninas, que se llamaba en realidad La familia de Felipe IV, es un retrato y al mismo tiempo se acerca a la pintura de historia. Gracias a Palomino sabemos quiénes son los personajes retratados. El de más alcurnia es la infanta Margarita, atendida por María Agustina Sarmiento e Isabel de Velasco, que eran las meninas, es decir, las niñas de familias nobles que entraban a servir a los hijos de los reyes en palacio. Esta infanta fue retratada bastantes veces por Velázquez desde que tuvo dos años, debido a su temprano compromiso de matrimonio con su tío Leopoldo, que llegaría a ser rey de Hungría y Bohemia y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, al que se le enviaban con periodicidad retratos para que la conociera.
Aparecen también los enanos Nicolasito Pertusato y Maribárbola, quien, según Gómez de la Serna, recibía un sueldo y su manutención. También se ve a la dama de honor Marcela de Ulloa, a un guardadamas y al aposentador José Nieto. El propio Diego de Velázquez se autorretrata sosteniendo la paleta y el pincel mirando al espectador (la cruz de Santiago que luce en el pecho fue añadida después, pues entonces aún no había sido admitido en dicha orden). En realidad, Velázquez aparece como empleado de palacio más que como pintor, porque la llave que lleva en la cintura lo delata como aposentador del rey, un cargo de confianza que consistía en separar y señalar los cuartos y habitaciones en que había de vivir y trabajar el rey en palacio, así como cuidar de los muebles y enseres de la cámara del rey y de las llaves que le incumbían.
Al fondo, reflejados en un espejo, se ve a Felipe IV y Mariana de Austria, los padres de la infanta. Puede que los reyes ocupen el lugar desde el que mira el espectador, y puede que se refleje lo que contiene el lienzo que ha pintado Velázquez y que no vemos.
También tiene su lugar el perro, que, como todos los perros, soporta las ocurrencias de los niños que se entretienen en molestarlo, en este caso, de Nicolasito. Las figuras situadas en primer plano están pintadas a tamaño natural.
No es un retrato convencional en que todos los componentes posan, sino que ocurre algo en la escena que atrae la mirada de la mayoría de los personajes, pero los espectadores no sabemos qué es.
Por las referencias de quienes lo conocieron e inventarios sobre el Alcázar, sabemos que la sala se decoraba con cuarenta cuadros, muchos de ellos copias del pintor Rubens realizadas por Juan Bautista Martínez del Mazo, yerno de Velázquez y pintor de cámara, algunos de cuyos lienzos se pueden identificar a pesar de estar difuminados, como corresponde a la distancia y la penumbra que se representa.
Fue la apertura del Museo del Prado y la posibilidad de copiar la obra lo que extendió su fama. Desde entonces se han multiplicado los estudios y las interpretaciones de la obra; para unos es un cuadro tipo fotografía; para otros, una pintura llena de simbolismos. En cualquier caso, Velázquez resolvió con destreza los problemas de composición del espacio, dominando el color.
El pintor plasma una trama de luces de forma maestra. Entra luz por la derecha, seguramente de una ventana que no vemos y, más al fondo, de otra lateral que tampoco vemos, más la que entra desde la puerta abierta del fondo y a lo que se añade la luz que se refleja en el espejo. Todo ello crea un juego de luces y sombras en todo el cuadro que invita a observar cada detalle.
Parte importante del cuadro es la zona alta de la habitación, en penumbra, con un espacio arquitectónico complejo que nos muestra, incluso, el techo de la sala, así como los cuadros que decoran las paredes. Contrasta esta parte del cuadro con la mitad inferior, repleta de personajes vivientes a los que les llega la luz.
Manet, el pintor impresionista francés, visitó el Museo del Prado en 1865, y declaró: «Velázquez, por sí solo, justifica el viaje. Los pintores de todas las escuelas que le rodean en el museo de Madrid, parecen simples aprendices. Es el pintor de los pintores». Ortega y Gasset, al hablar sobre Velázquez, destaca su capacidad de congelar una escena en un instante, ya que toda escena real está compuesta por multitud de instantes, cada uno de ellos único. Goya, en 1778, publicó una serie de aguafuertes reproduciendo las obras de Velázquez, a las que debió de tener acceso, pues entonces estaban reunidas en el Real Alcázar.
Como joya única que es, Las meninas es un buen motivo para visitar Madrid.
E. M.
IMÁGENES
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