¿Qué pasaría si un día San Isidro se cansara de tanta promesa incumplida y tan poco devoto a sus pies y presentara su dimisión como santo patrón de la villa madrileña? Pues Felipe Pérez y González, periodista y escritor afincado en Madrid, autor del libreto de la zarzuela La Gran Vía, ya lo imaginó, y lo imaginó en verso. Nacido a fines del siglo XIX y fallecido a principios del XX, don Felipe tuvo a bien otorgar temporalmente el cargo de patrona de Madrid a Nuestra Señora del Olvido. Sus razones tenía.

Según recoge la gran historiógrafa madrileña Mercedes Agulló y Cobo, el romance Nuestra Señora del Olvido, Patrona de Madrid, de Enrique Pérez, incluido en su libro Pecata minuta. Versos, cuenta una peculiar historia acaecida en terreno madrileño.

Siendo la época del poeta, según su forma de ver, un tiempo lleno de gentes enfermas de ambición, y con mucho «trepa» suelto («agiotista» que diría él), cuenta que San Isidro se hartó, y como lo que curaban las aguas de su manantial (el que hizo brotar en la Pradera que hoy lleva su nombre) eran las fiebres, y las únicas fiebres peligrosas que había eran las del lujo y el vicio, decidió cambiar de aires. Así que el santo presentó su dimisión irrevocable.

Vino a llenar su hueco la Virgen del Olvido, más a tono con las devociones del momento. Y así el agua del manantial, que hasta entonces curaba la calentura, empezó a curar la voz de la conciencia, y los estafadores olvidaban sus engaños, los políticos sus promesas y los adúlteros sus deslices.

Mientras nos cuenta esta historia, vemos pasar por sus versos ómnibus, tranvías, «simones» (coches de caballos de alquiler) y riperts (un transporte colectivo tirado por caballos), abarrotados por «isidros» (aldeanos y turistas que llegaban a la capital por San Isidro), así que bien merece la pena participar en este ensueño.

Nuestra Señora del Olvido, patrona de Madrid

Corrían hacia la ermita
hombres, mujeres y niños
cual desbordado torrente,
con espantoso bullicio.

Llenos tranvías y riperts
sin llevar un solo sitio
desocupado, en asientos,
en plataformas y estribos;

penosamente las mulas
recorrían el camino,
a fuerza de latigazos,
golpes, blasfemias y gritos.

Coches de lujo y «simones»,
ómnibus... cuantos vehículos
hay en Madrid, atestados
de cortesanos e isidros,

iban hacia la Pradera,
en medio del torbellino
de los que a pie caminaban,
sin reparar en peligros.

Reflejábanse en los rostros
de aquel inmenso gentío,
curiosidad extremada,
grande asombro y afán vivo,

y todos sin cesar, iban
diciendo en tonos distintos:
—Vamos a ver el milagro.
—Vamos a ver el prodigio.

Era el caso, según supe,
que el bendito San Isidro,
patrón de esta villa y corte,
por ignorados motivos

presentó su dimisión
tan resuelto y decidido,
que fue preciso aceptarla
sin retrasos ni distingos.

Averiguó, sin embargo,
un reporter, hombre activo,
que es capaz de averiguar
hasta lo que no ha ocurrido,

que el Santo se lamentaba
de que solo algunos chicos,
algunas pobres mujeres
o algunos paletos míseros,

iban a beber el agua
de aquel manantial divino,
que quita la calentura
al que con fe la ha bebido.

«Así en Madrid no se quitan
—afirma que el Santo dijo—
las fiebres que todos sufren
en este menguado siglo.

Fiebres de placer, de lujo,
de ambición, de poderío;
la fiebre de la política,
la fiebre del agiotismo,

la fiebre de las riquezas,
la del juego, la del vicio,
y otras cien mil que no tienen
ya ni remedio ni alivio.

Nadie beber quiere el agua
milagrosa que le brindo
y ante tamaño desaire
por el foro me retiro».

Ante razones tan firmes
resignarse fue preciso,
y nombrar como patrona
a la Virgen del Olvido,

que era, según voz unánime
de personajes conspicuos,
la más sabia y oportuna
solución de aquel conflicto.

Pretender curar las fiebres
de que habló el santo bendito,
y que a gusto sufren todos,
es empeño y es delirio;

lo que necesitan muchos,
¿qué digo muchos?, muchísimos,
es hacer que otros olviden
y aun olvidar ellos mismos.

Así, al mudar de «patrón»
cambió de «virtud» el líquido
y el manantial convirtiose
en la fuente del olvido.

Y era de ver cómo iban
a beber sendos cuartillos
los ingratos, los deudores,
los «improvisados» ricos,

los nobles «improvisados»,
los desleales amigos,
las viudas «inconsolables»
y los tránsfugas políticos.

Después de llenar sus buches
todos quedaban tranquilos,
olvidadas sus traiciones,
sus veleidades, sus «líos»,

pues perdida la memoria,
que antes era su castigo,
ya eran voces en desierto
de sus conciencias los gritos.

Y como ellos olvidaron
promesas y compromisos,
y del pasado terrible
todos sus hechos y dichos,

se figuraban, ilusos,
que el pueblo olvidó lo mismo,
que era completo el milagro
y general el olvido.

Pero el pueblo, que adoraba
a su patrón San Isidro,
y no vio gustoso el cambio,
se alejó triste y sombrío.

Echó de menos el agua
de su manantial antiguo
y en la que tantos bebían
mojar sus labios no quiso.

Por eso el pueblo recuerda
a cada cual lo que hizo;
no olvida nada y se burla
de tantos olvidadizos.

¿Ha sido un sueño? Acaso.
¿Es realidad? No lo afirmo.
Pero realidad o sueño,
como me ocurre lo escribo.

Afortunadamente, nuestro patrón sigue aquí. Y sobre esta historia, si no fue verdad, pudo serlo.


E. M.


IMÁGENES
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/4a/Felipe_P%C3%A9rez_y_Gonz%C3%A1lez%2C_Don_Quijote%2C_23_de_mayo_de_1902_%28cropped%29.jpg
Manuel Tovar Siles, Public domain, via Wikimedia Commons

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7d/La_ermita_de_San_Isidro.jpg

Utilizamos cookies para asegurar que damos la mejor experiencia al usuario en nuestra página web. Al utilizar nuestros servicios, aceptas el uso que hacemos de las cookies.