Pocos acontecimientos de nuestra historia han quedado tan grabados en la memoria colectiva de los madrileños como aquel que dio origen a la guerra de la Independencia. Pocos han sido tan sentidos, puesto que muchos de los participantes no fueron soldados, sino gente normal y corriente que, en un día de exaltación patriótica, se negaron a convertirse en vasallos franceses. Y si los españoles guardan recuerdo de aquel día heroico, los madrileños aún más, pues fueron madrileños de nacimiento o de adopción los héroes que glorificaron aquel 2 de mayo de 1808. Un escenario principal fue la que hoy es Plaza del Dos de Mayo.
Varios son los lugares y monumentos de Madrid que recuerdan aquel día crucial, cuando, espontáneamente, los madrileños se rebelaron con arrojo para impedir que el último miembro de la familia real que quedaba en España, el infante Francisco de Paula, fuera llevado a Bayona, ya que adivinaban que aquello podía suponer la entrega de la Corona española a Napoleón.
Unos 30.000 soldados franceses habían ocupado pacíficamente los pueblos de alrededor de la villa gracias a la ingenuidad de Carlos IV y su valido Godoy, que habían aceptado la propuesta de que solo iban de paso, camino de Portugal, según rezaba el tratado de Fontainebleau. Se habían dejado convencer de que si España apoyaba a Napoleón atacando a Portugal, se repartirían después el territorio conquistado. Los madrileños ya llevaban meses conviviendo a la fuerza con lo que ellos consideraban un ejercito invasor.
En el Palacio Real, el general francés Murat organizó el traslado del infante a Francia. Estando en ese momento Carlos IV y su hijo Fernando en Francia, adonde habían sido convocados por Napoleón, un cerrajero se percató de que el infante Francisco de Paula estaba dentro de un carruaje que salía del Palacio Real y alertó a sus conciudadanos, que estaban expectantes temiendo la maniobra, e intentaron impedirlo por la fuerza. Era la excusa perfecta para que salieran las tropas francesas del palacio y cargaran contra los insumisos. Fue el detonante del levantamiento.
Rápidamente acudieron a la Puerta del Sol numerosos madrileños que pretendían bloquear la entrada de las tropas de Francia acantonadas a las afueras de la ciudad. Pero eran palos, navajas y piedras lo que la mayoría tenía para luchar contra soldados del mejor ejército del mundo de entonces, entre los que había coraceros y lanceros. En la Puerta del Sol cayeron los primeros valientes. Allí se sitúa el cuadro de Goya La carga de los mamelucos. Cientos de civiles y unos pocos militares contra miles de soldados entrenados y armados.
El capitán general que mandaba las escasas tropas españolas que estaban en Madrid dio la orden de no intervenir, pero dos de sus capitanes, Luis Daoíz y Pedro Velarde, se negaron a acatar la orden y apoyaron la rebelión popular, poniéndose a la cabeza por ser artilleros experimentados. Su gran contribución a la causa fue contener todo lo que pudieron al ejército francés en la actual Plaza del Dos de Mayo, donde estaba situado el Parque de Artillería de Monteleón, que había sido antes el palacio de los marqueses del Valle, duques de Monteleón y Terranova. Allí comandaron a los militares rebeldes y a los vecinos que se acercaron a combatir cuando en el resto de la ciudad ya había sido controlada la revuelta. Resistieron hasta que se les acabaron las municiones y las fuerzas a sabiendas de que no podían salir vivos de allí. No quisieron rendirse y la mayoría murieron. Hoy se levanta en la plaza un monumento a los dos militares bajo la puerta original del cuartel, que se conserva en memoria del acontecimiento.
No fueron los únicos militares rebeldes, ya que otros de menor grado también participaron al lado de los ciudadanos de a pie. El barrio de Maravillas, hoy llamado de Malasaña, y la Puerta de Toledo fueron algunos de los lugares clave en el desarrollo de los enfrentamientos. Los caudillos que surgieron espontáneamente en los grupos ciudadanos dirigieron los movimientos de urgencia: buscar armas e impedir la llegada de refuerzos franceses. En la Cárcel Real, los presos pidieron permiso para salir a matar franceses con la promesa de regresar. Cumplieron su promesa. De los cincuenta y seis presos que salieron, regresaron a sus celdas al día siguiente cincuenta y uno. Los que faltaron cayeron en la lucha.
En batalla tan desigual, los franceses aplacaron la revuelta con el saldo aproximado de cuatrocientas víctimas, de las que el noventa por ciento eran civiles. Participaron hombres y mujeres de todas las edades y condiciones. Algunos murieron en la calle, en el fragor de la batalla. La mayoría fueron ajusticiados; los primeros en una sala del Museo del Prado; los más, al día siguiente, fusilados, como bien reflejó Goya en sus cuadros. Manuela Malasaña, Clara del Rey, Velarde, Daoíz y tantos otros, nacieron para la historia aquel día.
El general Murat concluyó las ejecuciones pensando que el terror infundido en la población civil terminaría con sus intentos de rebelarse. No conocía a los madrileños. La mecha de la guerra de la Independencia se expandió en aquel momento por todo el territorio nacional y, lejos de gobernar tranquilamente sobre un pueblo vencido, sus preocupaciones no hicieron más que empezar.
La consecuencia de este episodio fue que España entró en la guerra de la Independencia, que ganó trabajosamente, recuperando su soberanía y a su rey legítimo, Fernando VII (que entonces era el rey Deseado y después se convertiría en el rey Felón), los franceses regresaron al otro lado de los Pirineos y Madrid decidió honrar la memoria de los caídos.
La sangre que corre por las venas de muchos de los madrileños de hoy es la misma que derramaron aquellos heroicos antepasados.
E. M.
IMÁGENES
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Arturo Carretero, Public domain, via Wikimedia Commons
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/6/6b/Madrid_-_Plaza_del_Dos_de_Mayo.jpg
Zarateman, CC BY-SA 3.0 , via Wikimedia Commons