PLACA CORRAL DE COMEDIAS DE LA CRUZ EN MADRID

Algunas de las placas que están colocadas en los edificios de Madrid nos cuentan pequeños pedazos de historia, de historia madrileña. Los lugares, como las personas, llegan a adquirir su aspecto actual después de muchas experiencias acontecidas, de muchos episodios que explican lo que fue y lo que es ahora como consecuencia de lo que fue. Aunque el aspecto actual no se parezca en nada, todo espacio guarda de forma invisible una huella de lo que sucedió allí tiempo atrás. Eso ocurre con el Corral de Comedias de la Cruz, hoy en el recuerdo, pero en otra época, vivo y bullicioso.

En Madrid, en el Siglo de Oro español, aquel singular tiempo en que las letras españolas alcanzaron cimas hoy reconocidas mundialmente, ocurrían sucesos maravillosos donde escritores consagrados (consagrados hoy, no entonces) vivían sus aventuras cotidianas. A veces, estas aventuras consistían en poder comer todos los días; otras veces se acercaban a lo que vivían sus personajes a las órdenes de su pluma.

En el distrito Centro, el de mayor sabor literario, hay una calle que se llama Espoz y Mina. En el número 13 de esa calle, una placa nos recuerda que allí, alguna vez, hubo uno de aquellos antiguos teatros, que entonces se llamaban corrales de comedias, y que no eran teatros tal como los conocemos hoy, sino espacios donde se representaban las obras teatrales. Estos corrales de comedias supusieron, precisamente, que el teatro tuviera unos espacios permanentes donde poder estrenar las obras, ya que durante la época medieval el teatro se representaba de forma itinerante. Gracias a un decreto de Felipe II en 1565, las cofradías, que eran hermandades religiosas que funcionaban como gremios, pudieron habilitar algunos edificios con sus patios para darles una función novedosa: ser el lugar de estreno de los autores teatrales.

Uno de los más importantes fue el Corral de Comedias de la Cruz, que se situaba en la calle del mismo nombre, inaugurado en 1584 y luego reconvertido en Teatro de la Cruz en el siglo XVIII, con capacidad para 1500 espectadores. No sería su última transformación, pues en 1846 fue denominado Coliseo del Drama, aunque solo diez años más tarde fue demolido y dio paso a la prolongación de la calle Espoz y Mina que hoy existe.

Fue en aquel primigenio corral de comedias donde estrenaron gran parte de sus obras autores como Lope de Vega, Calderón de la Barca o Tirso de Molina. También fue donde ocurrieron lances memorables, como cuando Lope de Vega fue detenido allí mismo acusado de airear sus amores con Elena Osorio, lo que le costó ser juzgado y desterrado de Madrid por ocho años. Eran otros tiempos.

Tendríamos que hacer un viaje en el tiempo para imbuirnos del ambiente en el que los versos que allí se declamaban recorrían la ciudad, con espectáculos que reunían al pueblo llano con la realeza, la nobleza y los cargos eclesiásticos. Eran momentos de diversión y esparcimiento, pero también de griteríos y encontronazos.

En su segunda época dieciochesca como teatro, aquí se estrenaron obras tan importantes como El sí de las niñas, de Leandro Fernández de Moratín, o Don Juan Tenorio, de José Zorrilla. A fines del XVIII y principios del XIX, adquirió un ambiente peculiar, que Benito Pérez Galdós describe en uno de sus Episodios Nacionales:

«Ustedes creerán que el aspecto interior de los teatros de aquel tiempo se parece algo al de nuestros modernos coliseos. ¡Qué error tan grande! En el elevado recinto donde el poeta había fijado los reales de su tumultuoso batallón, existía un compartimiento que separaba los dos sexos, y de seguro el sabio legislador que tal cosa ordenó en los pasados siglos se frotaría con satisfacción las manos y daríase un golpe en la augusta frente, creyendo adelantar gran paso en la senda de la armonía entre hombres y mujeres. Por el contrario, la separación avivaba en hembras y varones el natural anhelo de entablar conversación, y lo que la proximidad hubiera permitido en voz baja, la pérfida distancia lo autorizaba en destempladas voces. Así es que entre uno y otro hemisferio se cruzaban palabras cariñosas, o burlonas o soeces, observaciones que hacían desternillar de risa a todo el ilustre concurso, preguntas que se contestaban con juramentos, y agudezas cuya malicia consistía en ser dichas a gritos. Frecuentemente de las palabras se pasaba a las obras, y algunas andanadas de castañas, avellanas, o cáscaras de naranjas, cruzaban de polo a polo, arrojadas por diestra mano, ejercicio que si interrumpía la función, en cambio regocijaba mucho a entrambas partes».

Durante algún tiempo se llamó a este espacio «el teatro de los chisperos», por su tradición castiza. Hoy nos queda el recuerdo, atrapado en una placa adosada a un edificio, y que nos puede abrir la puerta imaginaria de un tiempo no vivido pero que resucita al conjuro de los vestigios que de allí nos llegaron: obras escritas, personajes, acontecimientos, escenarios.

Madrid, siempre atrayente, por lo que es y por lo que fue.

E. M.

IMÁGENES
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/b/ba/Corral_de_la_Cruz_Madrid.jpg

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