La Real Academia recoge en su Diccionario de la lengua española varias formas complejas relacionadas con la acepción casa, es decir, varias combinaciones de palabras que expresan un concepto no interpretable mediante la simple suma de los significados de sus componentes. Una de estas formas complejas es «casa de tócame Roque», que define como una forma coloquial de aludir a una casa en la que vive mucha gente con gran desorden. Lo que no pone la Real Academia (aunque lo sepa) es que la casa de tócame Roque existió en Madrid.

Es difícil pasar a la historia solo por causar alborotos o vivir permanentemente en el bullicio. Pero quien haya tenido ocasión de ver alguna película de mediados del siglo pasado ambientada en una corrala madrileña (como La Revoltosa o La Virgen de la Paloma, ambientadas en las zarzuelas del mismo título, por poner algunos ejemplos) intuirá que el bullicio y la jarana constituían la seña de identidad de algunos de estos patios de vecinos, proporcional al tamaño del vecindario, donde los moradores afilaban su lengua en el constante intercambio de agudas frases de doble sentido o fina ironía tan características de la forma de hablar castiza.

Dice la tradición popular que en la calle del Barquillo, en el distrito Centro, existió hace mucho tiempo una corrala que mereció recordarse por los continuos escándalos y riñas de los que eran protagonistas las 80 familias que habitaban allí. La que luego se denominaría casa de tócame Roque fue objeto de gran atención por parte de escritores y artistas, y el motivo de tal denominación queda hoy en la leyenda.

Las malas lenguas atribuyen un conflicto de intereses a dos propietarios que eran hermanos: Juan y Roque. No estaba claro a quién de los dos correspondía la herencia (tan mal redactado estaba el testamento que lo repartía), y con el «no, que me toca a mí la casa»; «no que me toca a mí» parece ser que el conflicto fue alimentado con una buena trifulca entre vecinos y Ayuntamiento. Esto lo cuenta el periodista e historiador del siglo XIX Ángel Fernández de los Ríos en su Guía de Madrid. Pero ya en 1747 hay menciones a dicha casa en el Diario Curioso, Erudito y Comercial.

Era aquel un barrio chispero, y en los bajos del edificio de la corrala en cuestión se ubicaban varias herrerías. En algún momento de 1849, se inició un proceso de desahucio por el impago de alquileres, algo relativamente habitual en aquellos tiempos de trabajo y poco dinero y también porque se decidió el derribo del edificio. Los vecinos, entonces, hicieron una piña para «repeler al agresor» (de esto siempre han sido ejemplo los madrileños), y aunque cada dos meses una de las familias era expulsada del lugar, los demás («la resistencia») conseguían eternizar el procedimiento.

El diario La Época contaba que «la última batalla de los vecinos de la casa de Tócame Roque ha sido de las más ruidosas. Los inquilinos de la memorable huronera se han defendido como unos héroes antes de capitular con el casero y de resignarse a salir con los trastos al arroyo. Jamás se vio propietario alguno en aprieto tal para obligar a sus contribuyentes a hacer un mutis».

A esta buena historia le supieron dar color los pinceles de varios artistas, como Manuel García Hispaleto, cuyo cuadro La casa de tócame Roque se encuentra en el Museo del Prado de Madrid, y le pusieron un poco de sal y pimienta los dramaturgos y saineteros. Ya en el siglo XVIII, Ramón de la Cruz escribió un sainete titulado La Petra y la Juana, o El casero prudente o La casa de tócame Roque (que por títulos no quede). En el siglo XIX, Ramón Ortega y Frías escribió La casa de tócame Roque o Un crimen misterioso (doble título nuevamente), y ya comenzando el siglo XX, Javier Santero escribió el libreto de La casa de tócame Roque (vemos que la originalidad en el título nunca fue excesiva).

Benito Pérez Galdós, de cuya mano hemos conocido tantos episodios de nuestra historia nacional, también menciona la dicha casa en varios de sus escritos, como por ejemplo cuando habla de Napoleón en Chamartín en la primera serie de los Episodios Nacionales, aunque aludiendo con este nombre a un tipo de vecindad más que a un lugar determinado: «La casa... era de esas que pueden llamarse mapa universal del género humano por ser un edificio compuesto de corredores, donde tenían su puerta numerada multitud de habitaciones pequeñas, para familias pobres. A esto llamaban casas de Tócame Roque, no sé por qué».

Mesonero Romanos se inspiró en ella en 1836 para escribir una de sus «Escenas matritenses», y señalaba entonces que la casa aún existía en la calle del Barquillo y su propietario era el conde de Polentinos. Decía el gran cronista de la ciudad que este tipo de acumulación de familias de diversa condición siempre daba quehacer a los alguaciles y caseros.

En el Diario de Madrid se describía en 1810 la casa, que se componía de 69 cuartos corrientes, y el edificio se distribuía en piso bajo, principal y buhardillas. Tenía un gran patio empedrado rodeado de soportales, que servía de lavadero común, sitio para tomar el sol, tendedero y tertulia de verano de aquella comunidad de familias. La Ilustración de la Mujer dice, además, que en el centro del patio había una fuente y un pozo con varias pilas para coger agua potable y la necesaria para la limpieza de la comunidad. También había un gran farol cuyo mantenimiento se repartía entre los vecinos.

La casa de tócame Roque, aunque a veces pensemos que se refiere a nuestra reunión de escalera de vecinos, apareció como concepto en Madrid: bullicio, riñas, vecinos, voces, desorden... y todo muy castizo. Fue demolida en 1850, pero permanece viva en nuestro lenguaje y, por lo tanto, en nuestro pensamiento.

E. M.

IMÁGENES
Manuel García Hispaleto / Public domain

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/5c/Barquillo_-_Madrid_-_T%C3%B3came_Roque.JPG

Tamorlan / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)

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