Esquilache era un marqués que se llamaba Leopoldo, más concretamente Leopoldo de Gregorio, y tuvo la fortuna de aparecer en una época en que los pudientes decidieron que era mejor cultivar las ciencias y el conocimiento en general que ser un ignorante marimandón. Con seguridad hizo cosas buenas, pero todos le recordamos porque un día se le ocurrió prohibir los sombreros de ala ancha y las capas largas con las que los hombres se embozaban y eran irreconocibles (sobre todo en la noche, cuando todavía no había luz eléctrica) y con las que podían esconder armas cómodamente. El famoso motín que lleva su nombre comenzó en Madrid.

El Museo del Prado nos permite conocer a grandes personajes (y a otros no tan grandes) gracias a su fabulosa colección de retratos, que eran las fotografías de la época. Uno de ellos es el del marqués de Esquilache, que fue ministro de Carlos III, aquel gran rey que tanto hizo por mejorar el aspecto y los servicios de la capital de su reino.

Por supuesto, el famoso motín, que alcanzó proporciones nacionales y se replicó en numerosas ciudades de España, fue algo más que una protesta por la vestimenta, ya que el descontento venía de lejos, pero sí explotó con aquella prohibición.

Esquilache ya había sido inspector de aduanas cuando Carlos III de España era todavía Carlos VII de Nápoles, por lo que su relación «profesional» se remontaba a los tiempos en que el monarca regía en tierras italianas, de donde era natural el marqués.

Cuando se trasladó a España y se convirtió en la mano derecho del rey (junto con el marqués de la Ensenada), sus cargos en la secretaría de la Guerra y en la Hacienda real le permitieron acometer una serie de reformas muy acordes con el despotismo ilustrado.

Pero los españoles, que siempre hemos sido muy nuestros, no veían con buenos ojos que un extranjero les empezase a mangonear sus asuntos, sobre todo si no alcanzaban a ver cuáles eran los motivos.

En su mérito hay que decir que su administración fue muy buena, impulsando reformas en el saneamiento y el alumbrado de la capital y muchas mejoras en el trazado urbano madrileño. Reorganizó las Fuerzas Armadas y estableció la administración de rentas y aduanas en América, así como servicios de intendencia para las tropas desplazadas allí (recordemos que en aquel momento muchos países de América eran también España). Además inventó nuevas fórmulas para aumentar los ingresos de la Hacienda pública, como la creación de la Lotería Nacional, aparte del método tradicional de subir los impuestos, que también.

No hizo muchos amigos entre los miembros de la Iglesia, a los que empezó a controlar con medidas que primaban el interés del Estado sobre los privilegios clericales. Y tampoco entre los nobles se ganó muchas simpatías, puesto que existían varias facciones con diferentes objetivos que querían influir en la toma de decisiones del rey.

Además, la gente estaba ya muy harta de ver cómo la nobleza y la corte vivían opulentamente (salvo el rey, que era bastante austero) mientras los productos básicos estaban por las nubes, situación que no era nueva sino muy antigua. Así que nada más lógico que tener ojeriza a un extranjero que venía a molestarles cambiando sus costumbres.

Impulsó la liberalización del comercio de los cereales, que era una medida apoyada por otros ministros, como Campomanes, pero esto permitió que los especuladores acapararan la producción, lo cual se unió a una serie de malas cosechas que provocaron una enorme carestía de los productos. Por otra parte, la participación de España en la Guerra de los Siete Años obligó a aumentar los impuestos. La cabeza de turco perfecta para aquella situación resultó ser el marqués de Esquilache.

Cuando se empezó a caldear el ambiente en las calles, los nobles y eclesiásticos se dedicaron a echar leña al fuego porque para eso estaban en contra de la política reformista del rey. Y el «incendio» que avivaron comenzó en Madrid.

En marzo de 1766 se produce una revuelta que lleva a la muchedumbre hasta las puertas del Palacio Real. Allí son contenidos por la Guardia Valona, y en el encontronazo se producen víctimas en ambos bandos. Sin embargo, Carlos III se niega a que la Guardia Española dispare sobre el gentío, a pesar de que la magnitud de la insurrección hace peligrar la vida del rey.

Una vez sofocada en Madrid, la movilización se extiende a otros lugares de España, avivada en cada lugar por cuestiones locales como la corrupción de las autoridades del lugar y con peticiones relativas a la carestía de los precios, a los ministros extranjeros y a la elección de cargos locales. En abril de 1766 se desencadenan una serie de motines en numerosos lugares que obligarán a Carlos III a ajustar algunas de sus iniciativas.

Cuando el acuerdo llega, el rey envía a Italia a Esquilache y prescinde de los ministros extranjeros. Acepta no tomar represalias contra los amotinados y a partir de entonces vigila el abastecimiento de los productos básicos. Sin embargo, mantiene algunas posiciones, entre ellas y, desde luego, no la más importante, la del cambio de vestimenta.

Y he aquí cómo un ministro ilustrado, que propició el fin de las condiciones de suciedad, insalubridad e inseguridad que afeaban y enfermaban a Madrid, se vio obligado, por su condición de extranjero, a pagar las cuentas de todos siendo expulsado a su país de origen.

Cierto es que no se resignó a perder su honor, y trabajó durante los años siguientes para restituir su buen nombre, lográndolo al ser nombrado embajador en Venecia, cargo que desempeñó hasta su muerte, en 1785.

«Yo he limpiado Madrid, la he empedrado, he hecho paseos y otras obras que merecerían que me hiciesen una estatua, y en lugar de esto me han tratado indignamente». Sí, la historia repite este episodio muchas veces.

Hoy ya no usamos ni el sombrero de ala ancha que prohibió Esquilache ni el sombrero de tres picos que le sustituyó, que luce Carlos III en muchos retratos. Sin embargo, sí disfrutamos en Madrid de la herencia de las obras de saneamiento y remodelación urbana que se iniciaron en aquella época. Tal vez este sea un motivo para meditar sobre lo importante y lo accesorio, sobre lo que pasa y lo que permanece, sobre nuestro pasado y nuestro futuro.

Madrid, una vez más, nos invita a reflexionar y a aprender de nuestra historia.

E. M.

IMÁGENES
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/ea/Giuseppe_bonito-esquilache.jpg

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/1/16/Historia_de_la_Villa_y_Corte_de_Madrid_%281860%29_%2814594119418%29.jpg

Amador de los Ríos, José, 1818-1878;Rada y Delgado, Juan de Dios de la, 1827-1901;Rosell, Cayetano, 1816-1883 / No restrictions

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