El Teatro Real de Madrid está considerado como la primera institución de las artes escénicas en España. Es una ópera nacional de referencia, además de estar calificada como Bien de Interés Cultural del Patrimonio Histórico Español.
Para este coliseo madrileño, 2017 y 2018 son años importantes, pues se conmemora el bicentenario de su fundación y el vigésimo aniversario de su reapertura. Podríamos decir que, en su fructífera trayectoria artística, este teatro nació dos veces.
Su fachada principal da a la plaza de Oriente. Teatro y plaza forman parte de un único conjunto, pero hubo un tiempo en que la plaza de Oriente no existía.
Fue precisamente un rey postizo, el francés José Bonaparte (a quien Napoleón impuso como soberano de España en 1808 y al que los españoles bautizaron amablemente como Pepe Botella), el que dio los primeros pasos para construir la plaza de Oriente, ordenando el derribo de todas las edificaciones situadas al oriente del Palacio Real, de ahí su nombre. Con el solar despejado y una vez restaurada la monarquía, Fernando VII impulsó la creación de la plaza. Allí estaba el antiguo Teatro de los Caños del Peral, muy dañado durante la Guerra de la Independencia. Fernando VII ordenó su demolición con el fin de construir un gran teatro de ópera.
Por allí corrían dos cursos de agua subterráneos, y eso se traducía en que las visitas llegaban a palacio llenas de barro, al tener que atravesar un gran solar lleno de lodo y escombros. Por problemas presupuestarios, del proyecto que se había pensado para la plaza de Oriente, lo único que llegó a construirse fue el teatro, cuya apariencia fue condicionada por aquel primer plan de la plaza que no se materializó. El arquitecto que acometió la construcción se encontró con una forma bastante ingrata: el hexágono irregular que nos resulta tan familiar y que define una planta de teatro que es única en el mundo.
La primera piedra se puso en 1818 y, tras muchos avatares, Isabel II lo inauguró en 1850, iluminado con el más moderno sistema de iluminación del momento: el gas. En la sala principal, el gas alimentaba los ochenta candelabros de su lucerna central en el techo, de tres metros y medio de diámetro, fabricada con cristal y plaqué de oro. La electricidad llegaría en 1888 de la mano de la Sociedad Matritense de Electricidad. Cuentan las crónicas que aquel día de estreno jarreaba en Madrid y la cola de carretas llegaba hasta la Puerta del Sol.
Gustavo Adolfo Bécquer fue crítico musical y teatral de El Contemporáneo. En sus críticas afloraba su vena lírica: «El Guadarrama se corona de nubes oscuras, el salón del Prado se cubre de hojas amarillas y el Teatro Real abre de par en par sus puertas. Estamos en pleno otoño».
Verdi se convirtió pronto en el compositor favorito del público madrileño. Cuando vino al teatro en 1863 para estrenar su ópera La forza del destino, fue todo un acontecimiento social en el Madrid de la época. El éxito fue total: Verdi salió a saludar once veces y luego fue agasajado por los reyes en el palco real.
El Teatro Real fue escenario de representaciones memorables, como aquella víspera de Nochebuena de 1880, en la que Adelina Patti y Julián Gayarre, dos celebridades, cantaron Lucia di Lammermoor, de Donizetti. Cuando la Patti cantaba en el Real, el empresario subía de precio cuatro reales todas las entradas sabiendo que se las quitarían de las manos y que la reventa haría su agosto.
Con polémica por la obligación de traducir el libreto al italiano, se estrenó en 1889 la ópera de Tomás Bretón Gli amanti di Teruel (Los amantes de Teruel, para entendernos), dirigida por el propio compositor con enorme éxito. Bretón tuvo que salir cuarenta veces a saludar junto a los cantantes.
Giacomo Puccini, Camille Saint-Saëns o Igor Stravinski fueron algunos de los ilustres artistas que dirigieron sus composiciones en el Teatro Real, además de grandes compositores españoles como Ruperto Chapí o Emilio Serrano. El repertorio más frecuente estaba conformado por las óperas de Puccini (Tosca, La Bohème) y Wagner (Lohengrin o La valquiria).
En 1908, precedida de una expectación enorme, llegó al Teatro Real la Orquesta Filarmónica de Berlín dirigida por Richard Strauss; las críticas fueron fabulosas. La orquesta tocó sobre el escenario; el empresario aprovechó para cubrir el foso ganando así 200 localidades más. La butaca costaba el triple que lo habitual.
Durante setenta y cinco años, el Teatro Real fue el mayor local de reunión social de Madrid.
En 1925, el Teatro Real se cerró porque podía derrumbarse debido a la inestabilidad de sus cimientos, agravada por las obras del metro que se abría paso en sus inmediaciones. Tras la guerra civil, se llegó a plantear su demolición. Estuvo cerrado cuarenta y un años.
En 1966 reabrió como auditorio y sede del Real Conservatorio Superior de Música y Escuela de Arte Dramático. Por su escenario desfilaron las mejores orquestas sinfónicas del mundo y los más afamados directores, como Herbert von Karajan, Leonard Bernstein o Daniel Barenboim.
En 1991 comenzó la remodelación para convertirlo nuevamente en una sala operística. Inaugurado en 1997, Madrid volvía a tener un teatro de ópera después de setenta y dos años. Con una superficie de 65.000 m2, tiene un aforo que oscila entre 1748 y 1854 localidades, en función de las necesidades del montaje. El teatro dispone de 28 palcos en las diferentes plantas, además de ocho proscenios y el palco real de doble altura.
Dispone de un espacio escénico que es la joya del teatro con sus 1472 m². Esto permite complejos cambios de decorado gracias a sus 18 plataformas articuladas, que admiten múltiples combinaciones en el escenario y en el foso de la orquesta.
La única planta dedicada exclusivamente al público es «La Rotonda», que rodea por completo el edificio. Allí se ubican cuatro grandes salones decorados con elementos de Patrimonio Nacional y del Museo del Prado. Las lámparas fueron fabricadas en la Real Fábrica de La Granja.
Por encima de la cuarta planta hay 15 filas de espectadores en una zona que se denomina «el Paraíso», posiblemente porque son los que disfrutan del espectáculo más cerca del cielo que nadie. Ya se llamaba paraíso cuando era mucho más pequeño, con cinco filas y bancos corridos donde la gente se apretujaba, como era habitual en el gallinero. Corría el chiste en los primeros tiempos de que «se llama paraíso porque no entran más que los justos». En 2007 se inauguró la Sala Gayarre, con 190 localidades para diversas actividades complementarias. La orquesta titular es la Sinfónica de Madrid.
En el mismo edificio del teatro, se encuentran todos los espacios necesarios para la elaboración de un espectáculo operístico, desde las oficinas hasta los almacenes de material o los talleres de utilería, sastrería, peluquería y caracterización, además de los camerinos. Las salas para la orquesta, el coro y el cuerpo de baile, así como una sala de ensayos de las mismas dimensiones que el escenario principal, están ubicadas sobre la cubierta del edificio.
La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ha concedido la Medalla de Honor 2017 al Teatro Real.
E. M.
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