Si tuviéramos que elegir un símbolo que identifica a Madrid, uno de los que más papeletas tendría para ganar sería la fuente de Cibeles. La imagen de la diosa grecolatina montada en su carro tirado por leones nos lleva a Madrid casi sin quererlo. La hermosa fuente monumental, rodeada de magníficos palacios, está situada en un lugar estratégico de la ciudad en la plaza del mismo nombre.

Esta diosa madre, de origen frigio y replicada en casi todos los panteones de la Antigüedad con diferentes nombres como símbolo de la tierra y la fecundidad, se ha convertido en la regente honoraria de Madrid, tutelando todos los pasos que los madrileños dan, unos más profanos y otros menos materiales. Su plaza no siempre se llamó «de Cibeles», sino que comenzó siendo la Plaza de Madrid, para luego tomar, en 1900, el nombre del presidente del Gobierno de la Primera República Castelar y terminar adoptando la denominación con la que los madrileños la designaron desde el principio: Plaza de Cibeles. Los palacios de Buenavista, de Linares, de Comunicaciones y el Banco de España (cada uno perteneciente a un barrio distinto de la capital, dada su situación de confluencia) dotan a este espacio de una singular grandiosidad.

«La» Cibeles, como cariñosamente nos hemos acostumbrado a denominarla, nació de una afortunada idea del mejor alcalde de Madrid, el rey Carlos III. Aquel siglo XVIII que trajo las ideas de la Ilustración, nos dejó también la obra de un rey ilustrado que se propuso embellecer la capital de España y dotar a los madrileños de lugares propicios para el enriquecimiento personal a través del arte y la cultura.

Este propósito real se plasmó en un proyecto que luego se denominó «Salón del Prado», que incluía la materialización de varias fuentes con motivos mitológicos clásicos (la de Cibeles, la de Apolo y la de Neptuno), el actual Museo del Prado (que entonces iba a ser un Museo de Ciencias Naturales), y el Real Jardín Botánico, enmarcado todo ello en la estética neoclásica de la época. Si hubiera sido por el rey, se habrían culminado más propuestas, pero solo las mencionadas llegaron a ver la luz.

Otras zonas de Madrid también resurgieron al calor del entusiasmo de este monarca, que emprendió reformas urbanísticas de gran calado para la vida de los ciudadanos, como el adoquinado de las calles o la mejora del alumbrado público. También le debemos a él la Puerta de Alcalá, otro de los monumentos de marcado carácter simbólico para Madrid.

Y henos aquí, en este enclave madrileño, que actualmente nos ofrece la majestuosidad de Cibeles conduciendo, con el único poder de su presencia, un magnífico carro guiado por dos espléndidos leones. Su sola estampa resulta imponente a quien sepa contemplarla con respeto, aislándose momentáneamente del bullicio de la modernidad, que tantas veces nos ciega ante las maravillas perennes que pueblan nuestras rutas cotidianas. Sobrecoge caer en la cuenta de que solo dos capitales de Europa (Atenas y Madrid) gozan del privilegio de estar representadas por diosas poderosas de ilustre linaje.

El proyecto inicial fue ideado por el arquitecto Ventura Rodríguez, que ostentaba el cargo de Maestro Mayor de la Villa y de sus Fuentes y Viajes de Agua, en el último cuarto del siglo XVIII, concretamente a partir de 1777. Mármol y piedra fueron los materiales escogidos para su realización. Su dibujo original se custodia en el Museo Municipal de Madrid.

Esta Cibeles madrileña, cincelada por el escultor Francisco Gutiérrez Arribas, está regiamente sentada sobre su carro imperial (obra también del mismo autor), en un trono de alto respaldo con los pies cruzados, llevando en sus manos un cetro y una llave, símbolos ambos que la habilitan para regir mágicamente sobre la villa. Su doble corona de forma almenada sugiere su autoridad sobre la tierra. Viste una túnica con un manto que la envuelve, y en sus pies calza sandalias.

El carro ceremonial luce cuatro ruedas desiguales, dos grandes y dos pequeñas, ricamente adornadas, pues sus radios son amplios capullos vegetales que parecen lirios de los que se aprecian tres pétalos.

Sus dos leones, que dirigen pomposamente la carroza, miran en direcciones opuestas, pues representan a Atalanta e Hipómenes, los dos amantes que cometieron el sacrilegio de unirse en un templo dedicado a Cibeles, lo que les valió el castigo por parte de Zeus de ser convertidos en leones al servicio de la diosa, con la condena de no poderse encontrar con la mirada por su impiedad. Los dos leones son obra del escultor francés Roberto Michel. El conjunto total de la fuente fue completado por el adornista Miguel Ximénez, que labró las partes más decorativas del monumento.

Años después, en 1791, el grupo escultórico sufrió una modificación relacionada con su uso. El nuevo Maestro Mayor de Madrid, Juan de Villanueva, propuso la incorporación de dos figuras más, un oso y un grifo, que arrojaban agua a través de caños de bronce insertados en sus bocas. El agua que manaba del animal mitológico mitad águila, mitad león, era la que el pueblo de Madrid bebía libremente, y la que salía del oso era la destinada a los aguadores, que entonces llenaban allí sus recipientes para llevarlos a las casas (recordemos que en aquella época no había agua corriente en las viviendas, y eran estos trabajadores, aproximadamente cincuenta, los que acudían a esta fuente a abastecerse de agua). El pilón servía de abrevadero para los caballos.

En 1862 se retiraron estas dos piezas de la fuente, y en 1895 se hizo el traslado definitivo del emplazamiento original de la fuente al centro de la plaza con algunas modificaciones. Se colocó sobre una plataforma de cuatro peldaños, que la elevaba a tres metros sobre el nivel del suelo, aprovechando la circunstancia de que el agua ya no iba a cumplir nada más que una función ornamental, puesto que ya las casas tenían suministro de agua potable, y se rodeó el monumento de una verja, luego retirada. Se añadió un mascarón (que representa a Atis, el pastor amado por la diosa, en el momento de transformarse en pino), que lanzaba agua por encima de los leones hasta llegar al pilón, y algunas figuras esculpidas como una rana y una culebra, no fáciles de localizar a simple vista. Se añadieron dos amorcillos en la parte posterior, uno que porta una caracola y otro con un ánfora que vierte agua. Las últimas reformas durante el siglo XX añadieron surtidores y una moderna iluminación.

Cuenta una leyenda urbana (o cierta, quién sabe), que si alguien intentara robar en la cámara acorazada del Banco de España donde se guarda el oro, que se encuentra a 35 m de profundidad en uno de los edificios de la plaza, las aguas de la fuente de Cibeles inundarían inmediatamente las habitaciones al saltar la alarma. Afortunadamente, todavía no se ha podido constatar esta circunstancia.

Cibeles sobrevivió a la guerra civil protegida bajo una estructura en forma de pirámide en la que se habían llenado todos los huecos con sacos terreros. Tal vez por eso salió ilesa de la contienda. Tal vez por eso también, fue ella quien decidió que su nombre se uniera al de Madrid ante aquel gesto humano de respeto hacia su divina condición. En 1980 se hizo una réplica exacta de la fuente de Cibeles en Ciudad de México, y hay otra en la ciudad de Pekín, en China, pero Madrid siempre será su casa, la ciudad donde todos se identifican con su diosa.

E. M.

IMÁGENES

Carlos Delgado [CC BY-SA 3.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)]

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/6/65/LA_CIBELES_-_panoramio.jpg

Carlos Ramón Bonilla... / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)

Utilizamos cookies para asegurar que damos la mejor experiencia al usuario en nuestra página web. Al utilizar nuestros servicios, aceptas el uso que hacemos de las cookies.