Entre los madrileños ilustres que hicieron de su pluma un arte, Enrique Jardiel Poncela merece un lugar de honor entre los escritores cómicos. A pesar de que murió joven, cuando contaba cincuenta años de edad, su prolífica labor como dramaturgo permite que hoy le dediquemos unas líneas, porque Madrid bien vale unas risas.

Jardiel Poncela llegó al mundo en 1901, comenzando su vida al mismo tiempo que el siglo. Cultivó el teatro del absurdo como medio de expresión humorística. En vida, su obra no siempre tuvo buena acogida, lo que provocó que terminara en la ruina, a pesar de que hoy se siguen representando con gran éxito muchas de sus obras.

Enrique Jardiel nació en la calle del Arco de Santa María, que hoy se llama calle de Augusto Figueroa, en pleno centro de Madrid. Su padre era matemático y periodista y colaboró en varios periódicos. Para contrastar, su madre fue pintora y una de las primeras mujeres que estudió Bellas Artes en la capital de España. Enrique creció rodeado de libros y arte.

Estudió en la Institución Libre de Enseñanza y en el Liceo Francés y su tendencia a dibujar apareció antes que la de escribir. Visitaba el Museo del Prado con su madre y acompañaba a su padre a la tribuna de prensa del Congreso de los Diputados. Cuando la familia se trasladó a la calle Churruca, uno de sus nuevos vecinos, que resultó ser el poeta Manuel Machado, le animó a seguir con su vocación de escritor.

A partir de los dieciocho años, tomó por costumbre escribir en los cafés de Madrid. Después de algunas colaboraciones en diversos periódicos, formó parte de la redacción de La Acción y de La Correspondencia de España. Más tarde también publicó en la revista Buen Humor.

Aunque experimentó la cumbre del éxito, Jardiel nunca consiguió encajar del todo entre sus contemporáneos. Su renovación de la forma de plantear el humor hizo que este subiese de categoría, dejando de ser un género menor para convertirse en algo más profundo. A veces se le encaja en la Generación del 27, en el grupo de renovadores donde también se incluye a Ramón Gómez de la Serna, Miguel Mihura o Edgar Neville, entre otros.

Su humor se puede catalogar de intelectual e ilógico, y empleó un lenguaje irónico como herramienta para la crítica social, lo cual no siempre le granjeó simpatizantes. Estaba al margen de modas y tendencias, fue un gran investigador del lenguaje y un precursor con una inventiva sin límites.Dominó la carpintería teatral y diseñó artilugios y mecanismos para la escena del teatro. Muchos de los defectos que le atribuyó la crítica de su momento son los que hoy se consideran sus grandes logros.

Nunca llegó a plasmar aquella autobiografía de la que ya tenía pensado hasta el título: Sinfonía en mí, aunque los prólogos de sus novelas importantes contienen detalles que nos permiten reconstruir aspectos de su vida. Sin embargo, pocas figuras han merecido tanta atención por parte de otros escritores. Varias biografías relatan su vida: Mío Jardiel (Rafael Flórez), El hombre que mató a Jardiel Poncela (Miguel Martín), Enrique Jardiel Poncela: la ajetreada vida de un maestro del humor (Enrique Gallud), Jardiel: la risa inteligente (también de Gallud), ¡Haz reír, haz reír! (Víctor Olmos) y Como un motor de avión: biografía literaria de Enrique Jardiel Poncela (Juan Carlos Pueo).

En 1923 decidió dedicarse de lleno a la literatura y comenzó a publicar novelas y a escribir teatro. Acudía a la tertulia del Café Pombo y fundó la revista La Novela Misteriosa, donde publicó algunas obras cortas. Pero eran tiempos de vacas flacas y tenía problemas para subsistir.

Su primer estreno de una comedia fue un éxito. Se trataba de Una noche de primavera sin sueño, y había sido escrita en el Café Gijón. Jardiel Poncela tenía, además, otros despachos de trabajo: el café Universal, el Europeo, el café Granja El Henar, el café de las Salesas o el café Castilla, por ejemplo.

Llegó a ir a Hollywood, reclamado por la Fox para trabajar en la versión castellana de algunas películas. Allí participó activamente en la película de su propia obra Angelina o el honor de un brigadier, la primera película en verso de la historia.

Después de la guerra tuvo que huir de España, y residió en Francia y Argentina. En 1939, cuando regresó a Madrid, estrenó la opereta Carlo Monte en Monte Carlo y la comedia Un marido de ida y vuelta.

Estrenó comedias en diferentes teatros madrileños, como Eloísa está debajo de un almendro, Los ladrones somos gente honrada, Madre, el drama padre, Los habitantes de la casa deshabitada o Cuatro corazones con freno y marcha atrás.

Escribió más de 80 obras teatrales, casi 40 novelas y cientos de cuentos, artículos de prensa y ensayos. Obtuvo el Premio Nacional de Teatro, y entre sus obras están: Tú y yo somos tres, Como mejor están las rubias es con patatas, La tournée de Dios, El teatro visto por mis propias gafas o El cadáver del señor García, por elegir algunas.

A pesar de su abundante producción, falleció arruinado y abandonado por los que habían sido sus amigos en tiempos de éxito. Muchos de sus escritos se publicaron años después de su muerte. Sin embargo, cuando casi se cumplen setenta años desde su muerte, todavía se siguen publicando y representando sus obras.

Así habla de la vida en un soneto:


La vida
Por lo breve es... el tiempo de un respiro;
un relámpago; el cruce de una estrella;
un parpadeo; un goce; una centella;
una germinación; un beso; un tiro;
un do de pecho; un brindis; un suspiro;
una flor en un búcaro; una huella;
una amistad; lo bello de una bella;
una promesa; un éxito; un ¡te admiro!;
un convertirse en público un secreto;
un pasar de cadáver a esqueleto;
un naufragio; una rúbrica; una bruma;
un rubor; un crepúsculo; un asueto;
un eclipse; una boda; un sí; una espuma;
un amor; una dicha... y un soneto.

Su perro Bobby, al que había adoptado en un café una tarde que el chucho se acercó y obtuvo algo de comer, acompañó fielmente el ataúd de su dueño y solo le sobrevivió quince días.

Al visitar la sepultura de Jardiel Poncela, un epitafio de su cosecha nos recibe: «Si buscáis los máximos elogios, moríos».

E. M.


IMÁGENES
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