El título de mejor alcalde de Madrid lo ostenta, desde hace mucho tiempo, el rey Carlos III, y bien merecido que lo tiene. Son tantas sus obras de mejoramiento de la ciudad y fue tal el espíritu ilustrado que supo infundir en su gobierno, rodeándose de ministros y asesores con su mismo empuje reformador y de amor por las artes y las ciencias, que nadie ha osado disputarle su título honorífico de buen alcalde. Madrid es hoy como él soñó que fuera.
Carlos III de España nació en 1716 en el Real Alcázar de Madrid, y su vida fue acunada por las corrientes ilustradas que recorrieron Europa en el siglo XVIII. Reinó como Carlos I en Parma y Plasencia, como Carlos VII en Nápoles y como Carlos V en Sicilia. pero su «carrera real» culminó en España al subir al trono como Carlos III, con aptitudes naturales para el gobierno y con la experiencia acumulado de haber reinado antes varios años. Acumuló en total cincuenta años de reinado.
Aunque nada hacía presagiar que sería rey de España, el destino así lo quiso. Era el tercer hijo varón de Felipe V, por lo que sus hermanastros mayores, Luis y Fernando, le precedían en el orden de sucesión. Ambos fueron reyes antes que él, pasando a la historia como Luis I y Fernando VI. Ambos murieron sin descendencia, y fue Carlos, el primer hijo de la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, el llamado a regir los destinos de España. A juzgar por la cantidad de obras que llevan su nombre, la fortuna jugó bien sus cartas.
Recibió una esmerada formación humanística, militar y técnica que forjó su carácter templado, y aprendió idiomas, música y equitación. Se casó en 1738 con María Amalia de Sajonia cuando ella contaba catorce años, y tuvieron trece hijos, de los cuales solo siete llegaron a adultos. Ella murió un año después de ser rey de España, y nunca superó su pérdida, negándose a casarse de nuevo. Le quedaban casi treinta años por delante.
Como rey de Nápoles hizo construir grandes edificios, como el Palacio Real de Caserta, uno de los mayores del mundo, o el Teatro de San Carlos de la ópera. Se comenzaron a excavar por orden suya las poblaciones de Pompeya y Herculano, sepultadas por la erupción del Vesubio del siglo I. Además, cuando ordenó construir una carretera, salieron a la luz los vestigios de la ciudad grecorromana de Paestum. La mano «casual» del destino le utilizó para impulsar el conocimiento del pasado y admirar sus tesoros. En 1759 regresó a Madrid como rey.
El escudo de armas de Carlos III, de gran belleza, muestra por encima del manto real, la cimera real de Castilla, compuesta de un castillo o fortaleza con un león coronado que asoma portando una espada y un orbe. El nombre de Santiago como patrón de España destaca en la parte superior del conjunto y lo remata en su cima la leyenda A solis ortu usque ad occasum («Desde la salida del sol hasta el ocaso»), origen del lema que se extendería en tiempos de su hijo Felipe II: «En mis dominios no se pone el sol».
Carlos III es en España el representante del despotismo ilustrado. Con el poder absoluto que entonces tenían las monarquías, se dedicó a modernizar la sociedad. Para ello contó con excelentes ministros ilustrados que le secundaron en su labor, como el marqués de Esquilache, el conde de Aranda, Campomanes, Floridablanca y otros.
Apareció la Lotería Nacional, como una fórmula para aumentar los ingresos de la Hacienda pública. Se reorganizaron las fuerzas armadas, cuyas ordenanzas perduraron hasta el siglo XX, y surgió una primitiva seguridad social para atender a viudas y huérfanos de guerra. Tras el motín de Esquilache, se sustituyeron los altos cargos italianos por españoles.
Durante el reinado de Carlos III se produjo la expulsión de los jesuitas de España (con territorios en todo el mundo), y se confiscaron sus bienes, con los que se crearon centros de enseñanza, hospitales y hospicios. Se produjo una profunda reforma del sistema educativo, aumentando la importancia de la ciencia y la investigación, y se creó en Madrid la Escuela de Artes y Oficios, que desembocaría más tarde en las Escuelas de Formación Profesional.
Hubo una reforma de la agricultura y se promovió la repoblación de zonas deshabitadas en el sur de la península. También se impulsó el comercio colonial facilitando el libre comercio de granos.
Otra de las aportaciones estelares del reinado de Carlos III fue la fundación del Banco de San Carlos, que llegaría a convertirse con el tiempo en el Banco de España, y se emitió papel moneda por primera vez. También acometió numerosas obras públicas, como un plan de caminos reales, aptos para carruajes, que comunicaba a Madrid con Valencia, Andalucía, Cataluña y Galicia en una distribución radial.
En el ámbito industrial, Carlos III promocionó algunas industrias de bienes de lujo, lo que cristalizó en manufacturas como la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro, la Real Fábrica de Vidrios y Cristales de La Granja, la Real Fábrica de Relojes o la Real Fábrica de Platería Martínez, por ejemplo, tres de ellas en Madrid.
Carlos III construyó hospitales públicos, instaló alumbrado en las calles que no existía hasta entonces y servicios de recogida de basuras, adoquinó vías urbanas que mejoraron las condiciones de salubridad y se preocupó por mejorar la red de alcantarillado. En Madrid, renovó el diseño de la ciudad con grandes avenidas, monumentos y museos. De su mano se contruyeron la fuente de Cibeles, la de Neptuno, la Puerta de Alcalá, el Jardín Botánico, el hospital de San Carlos que se convirtió en lo que hoy es el Museo Reina Sofía o el edificio del Museo del Prado, que entonces iba a ser un museo de historia natural.
Un novedoso decreto de Carlos III en 1783 permitió, solo a partir de esa fecha, el trabajo manual de los nobles, que hasta ese momento tenían que vivir, lo desearan o no, de sus riquezas sin poder trabajar. Se creó la Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III, con el lema Virtuti et merito, para condecorar a aquellas personas que se destacaban por sus méritos independientemente de su linaje, y que desde su creación es la más alta distinción civil que puede ser otorgada en España. También se crearon las Reales Maestranzas y el Real Cuerpo de la Nobleza de Madrid.
De la época de Carlos III nos llegan la bandera nacional y el himno de España, así como la organización del correo como servicio público.
Fue un rey vocacional, que soportaba con resignación la pompa cortesana y aprovechaba sus escapadas de caza para anotar en su cuaderno de campo sus reflexiones para mejorar su reino, algo que practicaba como terapia para no caer en los desarreglos mentales que habían sufrido su padre y un hermanastro. Fue religioso y austero, pero de buen trato y tolerante. Escuchaba mucho y a todos y no se dejaba engañar fácilmente. Los asuntos importantes de verdad los decidía personalmente.
«Por sus hechos los conoceréis». Todas estas obras deben de ser la razón por la que nadie ha despojado todavía a Carlos III de su título de mejor alcalde de Madrid.
E. M.
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