Muchos urbanitas no sabríamos que el madroño es un componente relevante de la familia vegetal si no lo viéramos continuamente con el oso que no le quita nunca las patas de encima. Y ya, cuando lo vemos con un tamaño respetable y en tres dimensiones, de duro material sólido, entonces nos convencemos de que existe, de que es como de nuestra familia y de que estamos en Madrid. Concretamente en la Plaza del Sol.

Esta escultura de piedra y bronce, que representa las armas heráldicas de Madrid, parece que tuviera vida propia por lo que se mueve, porque se dio a conocer ante los madrileños en la parte oriental de la Puerta del Sol, entre las calles de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo (allí estaba, por cierto, la fuente de la Mariblanca). Pero no se quedó quieto ahí, qué va. Después de casi veinte años de estar en su emplazamiento original, en 1986 la escultura fue trasladada al comienzo de la calle del Carmen y, en 2009, volvió a su ubicación original. Habrá que estar atentos por si el oso se va a otro sitio, aunque parece que la Puerta del Sol siempre ha sido de su agrado.

El origen de esta figura hay que buscarlo en el interés que tuvo un alcalde de Madrid de los años sesenta en encargar reproducciones pequeñas en tres dimensiones del escudo heráldico de la ciudad, cuyos elementos imprescindibles son el oso y el madroño, para poder ofrecerlas como presente en actos protocolarios. Más tarde se pensó que era lógico que las figuritas fuesen la reproducción fiel de una obra mayor, y de ahí nació la idea de crear una obra de grandes dimensiones con los símbolos de la ciudad.

Antonio Navarro Santafé fue el hacedor de esta magnífica escultura, que los madrileños se encontraron por primera vez en sus paseos en enero de 1967, por lo que después de más de cincuenta años ya hay muchos madrileños que han crecido en compañía de este oso y este madroño. Las 200.000 pesetas que costó en su momento (porque hubo un tiempo en que no existía el euro) merecieron la pena, y el oso que se sube al madroño cargado de frutos se convirtió en un ser real y familiar después de estar pululando por todos los documentos oficiales de Madrid desde el siglo XIII (casi ná).

Este símbolo, que se fue perfilando por un litigio antiguo que existía en el primitivo Madrid por el control de los pastos y los árboles de la zona, se ha convertido en un compañero familiar y madrileño sin discusión. Cierto es que, al principio, fue un oso pasante, pero dado que se reconoció la propiedad de la Iglesia sobre los pastos, ¿qué hacía un oso paseando por unos pastos que no eran suyos? Así terminó apoyado en un madroño, ya que la municipalidad sí era propietaria de todos los árboles.

El artista que plasmó la obra era alicantino, nacido en Villena en 1906, y dejó de guardia en Madrid a otro oso, el del parque de Berlín, también obra suya. Navarro Santafé fue profesor de la Escuela de Cerámica de Madrid, también dio clases de dibujo en el colegio madrileño de San Ildefonso y desempeñó diversos trabajos como Maestro Cantero del Ayuntamiento de la Villa. Aunque su obra es muy variada, con imágenes de vírgenes y santos, en talla y mármol, y también retratos esculpidos de gran perfección (recordemos el de su paisano Ruperto Chapí en su ciudad natal), los animales fueron fielmente retratados por él, ya fueran toros de lidia o caballos jerezanos. En Madrid, nos quedamos con nuestro oso y su madroño.

A Navarro le hicieron un encargo con trampa: le ofrecieron el mejor sitio de Madrid, pero le concedieron solo tres meses para realizarlo. Sin embargo, no se arredró y cumplió lo pactado. Los materiales que se utilizaron para materializar la estatua fueron piedra y bronce, y el resultado es una escultura de más de 4 m de altura sobre un pedestal cúbico escalonado de granito. Por si alguien quiere moverla, que sepa que solo son 20 toneladas de peso.

La escultura del oso y el madroño es uno de los lugares típicos para hacerse una foto (sobre todo selfis, que para eso vivimos en la era de los teléfonos inteligentes, lo cual, dicho sea de paso, nos convierte a nosotros en objetos paisajísticos sin necesidad de ejercer inteligencia alguna). Los turistas (y los madrileños) no desperdician la ocasión de retratarse junto a un animal tan fiero, y la altura de la peana permite que todos salgan bien, el oso y el retratado.

Tal vez la aparición del oso en el escudo de Madrid tenga relación con la abundancia de osos en la sierra (hoy desaparecidos) y con el antiguo nombre de Madrid; tal vez sea una osa y haya querido significar en su origen algo relacionado con los astros del cielo, concretamente con la Osa Mayor y de ahí que además salgan siete estrellas en el escudo; en cualquier caso, es un símbolo que vencido las barreras del tiempo.

Aquí dejamos a nuestro madrileño oso, en su incansable afán de conseguir un fruto que parece difícil de alcanzar, dado el tiempo que lleva intentándolo. Mientras lo logra, nosotros seguiremos citándonos a sus pies, porque es uno de los lugares más emblemáticos y fáciles de localizar para todos. Así escuchará nuestros saludos y, tal vez, algunas confidencias, porque, como los bancos de los parques, el oso y el madroño se han convertido en discretos testigos del acontecer diario de la villa madrileña.

E. M.

IMÁGENES
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/ef/Oso_y_Madro%C3%B1o_%28Antonio_Navarro%29_Madrid_05.jpg
Tomás Fano / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0)
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/db/Escultura_del_Oso_y_el_Madro%C3%B1o%2C_Puerta_del_Sol%2C_Madrid%2C_Espa%C3%B1a%2C_Spain.jpg
CARLOS TEIXIDOR CADENAS / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)