Miguel Hernández ocupa un lugar preferente en las letras españolas. Su poesía, viva a través del tiempo, nos hace sentir todavía hoy fuertes emociones. Como todos los de su generación, se vio obligado a elegir bando en una guerra fratricida entre españoles. Y como en todos los bandos, nada fue totalmente bueno ni totalmente malo. Pero entonces como ahora, Madrid era la puerta que permitía salir de provincias a cualquiera que se quisiera forjar un futuro mejor, acorde con sus propias aspiraciones personales, intelectuales o profesionales.

Desde su Orihuela natal, en la provincia de Alicante, Miguel Hernández viajó a Madrid cuando el año 1931 daba sus últimos estertores. En sus bolsillos solo llevaba poemas y alguna recomendación. En su propósito, labrarse un camino en las letras en la capital de España. No salió bien este primer intento y tuvo que regresar a su tierra. Pero en 1933, después de publicar su primer libro, volvió a Madrid y consiguió trabajo en las Misiones Pedagógicas. Poco a poco, se abrió paso en su carrera, primero como colaborador directo del académico José M.ª de Cossío, y luego, participando en diversas publicaciones como la Revista de Occidente.

Miguel Hernández, para quien temprano madrugó la madrugada, tuvo también unos versos para Madrid:

Madrid
De entre las piedras, la encina y el haya,
de entre un follaje de hueso ligero
surte un acero que no se desmaya:
surte un acero.
Una ciudad dedicada a la brisa,
ante las malas pasiones despiertas
abre sus puertas como una sonrisa:
cierra sus puertas.
Un ansia verde y un odio dorado
arde en el seno de aquellas paredes.
Contra la sombra, la luz ha cerrado
todas sus redes.
Esta ciudad no se aplaca con fuego,
este laurel con rencor no se tala.
Este rosal sin ventura, este espliego
júbilo exhala.
Puerta cerrada, taberna encendida:
nadie encarcela sus libres licores.
Atravesada del hambre y la vida,
sigue en sus flores.
Niños igual que agujeros resecos,
hacen vibrar un calor de ira pura
junto a mujeres que son filos y ecos
hacia una hondura.
Lóbregos hombres, radiantes barrancos
con la amenaza de ser más profundos.
Entre sus dientes serenos y blancos
luchan dos mundos.
Una sonrisa que va esperanzada
desde el principio del alma a la boca,
pinta de rojo feliz tu fachada,
gran ciudad loca.
Esa sonrisa jamás anochece:
y es matutina con tanto heroísmo,
que en las tinieblas azulmente crece
como un abismo.
No han de saltarle lo triste y lo blando:
de labio a labio imponente y seguro
salta una loca guitarra clamando
por su futuro.
Desfallecer... Pero el toro es bastante.
Su corazón, sufrimiento, no agotas.
Y retrocede la luna menguante
de las derrotas.
Sólo te nutre tu vívida esencia.
Duermes al borde del hoyo y la espada.
Eres mi casa, Madrid: mi existencia,
¡qué atravesada!
(El hombre acecha)

Madrid, cobijo de los soñadores, siempre lleno de grandes y pequeñas historias.

E. M.

IMÁGENES
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/0e/Miguel_hernandez.jpg
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/c5/Madrid_%2826542932894%29.jpg
Luigi Guarino from Bonn, Germany, CC BY 2.0 , via Wikimedia Commons

Utilizamos cookies para asegurar que damos la mejor experiencia al usuario en nuestra página web. Al utilizar nuestros servicios, aceptas el uso que hacemos de las cookies.