El tiempo mueve sus vientos, que borran las imágenes de objetos y seres que estuvieron presentes una vez. En los espacios que habitaron, se alzan ahora paisajes renovados con formas nuevas que, aunque parece que durarán siempre, son inevitablemente pasajeras como las que las precedieron.
En el número 6 de la calle Lepanto, en el distrito Centro, existió una vez una Casa de las Matemáticas, un edificio desaparecido que fue la vivienda de la figura más importante de la arquitectura española de la primera mitad del siglo XVII. Hoy podemos contemplar algunas de sus mejores creaciones mientras paseamos por las calles de Madrid.
Nacido en 1586, Juan Gómez de Mora fue maestro de obras y aposentador de palacio a las órdenes de Felipe III, los dos cargos reales de mayor relieve, lo cual demuestra el reconocimiento que demostraba el rey a su talento. Ya conocía la corte desde muy joven, puesto que su padre había sido pintor de cámara de Felipe II y, cuando murió su progenitor, fue su tío Francisco de Mora, trazador y maestro mayor de la villa y de las obras reales, quien se hizo cargo de su educación. Su tío había sido ayudante de Juan de Herrera, el arquitecto de El Escorial, y esto influirá en la obra de ambos, tío y sobrino.
Muchos son los proyectos importantes en los que trabajó Gómez de Mora, como el Real Monasterio de la Encarnación, fundado por la reina Margarita de Austria, la reforma de la fachada sur del Alcázar (donde coincidió durante mucho tiempo con Velázquez) o la Capilla Real de Atocha.
Tuvo un papel muy importante en la reordenación urbana de Madrid del siglo XVII. Adoptó los aires del estilo herreriano, con plantas rectangulares, composiciones simétricas y chapiteles. Además de importantes obras en la capital, institucionales y privadas, envió proyectos importantes a otras provincias de España y al extranjero, como el de la catedral de México.
Fue el encargado de la construcción de la Plaza Mayor, el proyecto urbanístico más importante de su época, donde demostró su pericia técnica al idear el Arco de Cuchilleros y la escalerilla que salvaba el desnivel existente. Por entonces, la función de las plazas era acoger festejos y celebraciones populares, eran las sedes de los mercados y los espectáculos, los lugares donde los ciudadanos se reunían. Gómez de Mora la diseñó por este motivo como una plaza cerrada de planta rectangular, pórticos adintelados en la parte inferior y varios pisos de balcones. En los lados norte y sur se levantaron la Casa de la Panadería y la Casa de la Carnicería respectivamente. Lamentablemente, en la obra inicial predominaban la madera y el ladrillo, por lo que los tres grandes incendios sufridos por la plaza, en 1631, 1672 y 1790, causaron daños de importancia al conjunto, que hubo de ser reconstruido en algunas de sus partes en varias ocasiones.
En 1618 trazó la iglesia del convento de monjas bernardas de Alcalá de Henares. Era la primera vez que se utilizaba la planta oval en el Barroco español, con capillas elípticas y cuadrangulares alternadas alrededor. Fue también innovación suya utilizar una planta central en el diseño octogonal del panteón del monasterio de El Escorial.
Son suyos, además, edificios tan señalados como la Cárcel de Corte de Madrid, actual sede del Ministerio de Asuntos Exteriores, la Casa de la Villa o el proyecto del Palacio de la Zarzuela, entre otros. La Casa de la Villa presenta una armoniosa geometría, con fachadas sobrias y torres con chapiteles en las esquinas, combinando piedra y ladrillo, lo que da un toque de color al edificio. Trazó también el Convento de San Gil y el Convento de Nuestra Señora de los Ángeles.
Su estatus social sufrió algunos vaivenes debido a la oposición ejercida por algunos miembros de su gremio y de algunas figuras relevantes, como el conde duque de Olivares, lo que provocó que fuera apartado de la corte y no recuperara sus cargos hasta años más tarde, a la muerte del conde duque. El valido del rey Felipe IV había aparcado a Gómez de Mora, dando prerrogativas a otros artistas secundarios que se habían convertido en rivales para ocupar los reales cargos que ostentaba desde el reinado del monarca anterior. Sin embargo, durante el tiempo en que duraron las intrigas, el rey nunca apartó de él su confianza y continuó trabajando fuera de palacio.
Con motivo de su defensa ante las acusaciones que él calificaba de falsas, Juan Gómez de Mora tuvo ocasión de probar su inocencia en un valioso documento, en el que hace una detallada declaración de principios sobre la teoría y la práctica de la arquitectura y sobre su actividad profesional y sus responsabilidades. En este documento, toma como referencia a Vitrubio y analiza una serie de conceptos sobre la finalidad de la arquitectura, el papel del arquitecto y la práctica de la construcción. En su alegato insistía en que la ejecución y la creación arquitectónica son cosas diferentes y explicaba las razones éticas que guiaban su conducta, demostrando una amplia cultura.
Hay que destacar, por añadidura, la faceta literaria de Juan Gómez de Mora. Aparte de los escritos que elaboró para defender su honor, es también el autor de varias crónicas, gracias a las cuales tenemos el relato minucioso de algunas ceremonias destacadas, como el Bautizo del príncipe Baltasar Carlos, el Juramento de dicho príncipe y el Auto de Fe de 1623. Escribió, además, un texto sobre los Sitios Reales en época de Felipe IV, que fue regalado al cardenal Barberini cuando visitó España en 1626 y que fue ilustrado con dibujos de plantas y alzados. Este bello códice se encuentra en la actualidad en la Biblioteca Vaticana.
Su carrera como arquitecto se extendió por más de cuarenta años, y durante este tiempo fueron numerosas sus obras. Su dedicada labor como tracista, dejando la ejecución de las obras a los maestros aparejadores, cuenta en su haber con edificios civiles y religiosos, retablos, sillerías, puentes, cercas, puertas y fuentes, que contribuyeron en conjunto a formar una estética urbana más armoniosa de Madrid. Muchas de sus obras se han perdido, como la monumental Fuente de la Abundancia, que estuvo en la plaza de la Cebada hasta 1840, y de la que se conservan los bocetos del autor y algunas estampas del grabador Louis Meunier. Es especialmente reseñable el trazado del paseo de Recoletos, que abrió una amplia calzada intuyendo la ampliación de la capital.
Juan Gómez de Mora es uno de esos personajes que consiguieron que nuestro Madrid, cuatrocientos años después, conserve edificios emblemáticos y avenidas que pudieron nacer sobre su trabajo previo, aunque a veces no recordemos su nombre. Un conquense de nacimiento, pero madrileño de adopción y de vocación. Muy madrileño.
E. M.
IMÁGENES
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